Lo que Jesús ha hecho por nosotros

 
Por Josué I. Hernández

 
Jesús vivió por nosotros. Dejó el cielo y vino a la tierra para mostrarnos como vivir, “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Jn. 13:15). Jesús se esforzó hasta lo sumo para exponer la voluntad de Dios, “porque para esto he venido” (Mar. 1:38).
 
Jesús murió por nosotros. Aunque vivió perfectamente, la generación de Jesús lo rechazó y le dio muerte. Pero esto no sorprendió a Dios, porque él fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hech. 2:23). El plan de Dios era que Jesús muriera como lo hizo (cf. Jn. 3:14; Hech. 4:28; Apoc. 13:8), y lo hizo por nosotros para ser la expiación por nuestros pecados: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Rom. 5:8,9). “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Heb. 2:9).
 
Jesús resucitó por nosotros. La muerte de Jesús no fue su fin. El evangelio, las buenas nuevas, indican primeramente “Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció…” (1 Cor. 15:3-5). Los enemigos acérrimos de Jesús tuvieron que admitir que el evangelio podría ser verdadero (Hech. 5:38,39). En fin, la resurrección de Jesús valida sus afirmaciones y prueba su identidad: “que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Rom. 1:4). Y, porque él resucitó y vive, tenemos la seguridad de que también nosotros un día resucitaremos (1 Cor. 15:22-33) y seremos juzgados (Hech. 17:31) conforme a la palabra de Jesús, es decir, su evangelio (Jn. 12:48).
 
Jesús reina por nosotros. Cuarenta días después de resucitar, él subió al cielo, y “se ha sentado a la diestra de Dios” (Heb. 10:12; cf. Heb. 1:3; Sal. 110:1). A la diestra de Dios, Jesús reina como nuestro rey (Hech. 2:29-36), y ministra como nuestro sumo sacerdote, “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:25). “Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús” (Heb. 3:1).
 
Todo lo que Jesús ha hecho, lo ha hecho por amor. Fue fiel al Padre, y sometiéndose al plan eterno nos hizo su enfoque constante. Ciertamente, Jesús nos amó y se entregó por nosotros (Gal. 2:20; Ef. 5:2).


Entradas que pueden interesarte