Por Josué I. Hernández
Jesús dijo a los apóstoles, “Por tanto, id, y haced discípulos a
todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo” (Mat. 28:19, énfasis mío, jh). Luego, cuando los apóstoles predicaron,
ordenaron a la gente a que se bautizara en el nombre de Jesús (cf. Hech. 2:38;
8:16; 10:48; 19:5). Preguntamos, ¿estamos frente a alguna contradicción? ¿Los
apóstoles desobedecieron? Dicho de otro modo, ¿hicieron los apóstoles lo que
Cristo les dijo que hicieran? Si la respuesta es positiva, y este estudiante de
la Biblia cree que sí lo es, estamos frente a diferentes enfoques del bautismo
el cual es para salvación (Mar. 16:16; 1 Ped. 3:21).
En el primer siglo, el “nombre” no era simplemente una designación para
una persona, así como lo es para nosotros hoy en día. El nombre era la persona
misma. Dicho de otra forma, actuar en nombre de alguien era actuar en conexión
con él. Por favor, tenga paciencia conmigo. Queremos explicar bien esto, sin
ser demasiado técnicos.
Cuando Jesús mandó a bautizar “en el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo”, usó una preposición griega (“eis”) que se traduce “en”.
Por lo tanto, somos bautizados en una relación con la deidad, o divinidad. Así,
pues, los samaritanos fueron bautizados “en” (“eis”) el nombre del Señor Jesús.
Lo mismo aprendemos respecto a los efesios (Hech. 19:5).
Debemos recordar que la Biblia no indica lo que el bautizador tenga que
decir al momento de bautizar (sumergir) a una persona. La Biblia enseña lo que
la persona debe entender al momento de ser bautizada, no lo que el bautizador
deba decir. En otras palabras, el creyente arrepentido debe comprender que será
bautizado para entrar en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y
que esto lo hará en conexión con la persona (“nombre”) de Jesucristo, es decir,
bajo su autoridad.
Lo anterior se confirma al estudiar la declaración de Pedro en el día de
Pentecostés. Pedro les dijo, “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada
uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38). En esta ocasión, Pedro
usó una preposición diferente, “epi”, la cual indica una superposición, y se
debe entender como “sobre”. El bautismo que Cristo mandó, el cual es uno (Ef.
4:5), es sobre la base de la persona de Jesucristo, sobre quién es él y lo que él
ha hecho por nosotros.
En la casa de Cornelio, Pedro usó una preposición diferente cuando “mandó
bautizarles en el nombre del Señor Jesús” (Hech. 10:48). En esta ocasión,
usó “en”. Esta preposición es la más común en el Nuevo Testamento para sugerir una
variedad de relaciones.
Sabemos que los apóstoles no estaban enseñando algo diferente a lo que
Jesucristo mandó. Sencillamente, las variaciones de expresión enfatizan cierto
aspecto del bautismo, lo matizan.
Por último, e insistimos, no hay fórmula litúrgica que alguno deba pronunciar para que
un dado bautismo sea efectivo. El bautismo no es una ceremonia de la iglesia. Los
pasajes antes mencionados, y otros con ellos, indican la base y el propósito
del bautismo. Dicho de otro modo, al momento de sumergirse en el agua bautismal
el creyente debe entender plenamente lo que hace, creyendo a Dios. El bautismo
es un acto de fe (cf. Mar. 16:15,16; Hech. 8:37; Col. 2:12).
“Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus
pecados, invocando su nombre” (Hech. 22:16).