Santiago escribió por el Espíritu, “¿Está alguno enfermo entre
vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con
aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el
Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos
vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados.
La oración eficaz del justo puede mucho” (Sant. 5:14-16). Estos versículos, que comienzan con una pregunta tan sencilla y la
respuesta a ella, han sido entendidos de más de una forma. Es posible que no
podamos determinar con precisión los detalles, pero el punto principal es
claro. Santiago señala a un cristiano enfermo. La enfermedad física está
inicialmente a la vista y el lenguaje sugiere un padecimiento grave. No obstante,
Santiago incluye también la posibilidad de una enfermedad espiritual. Es más,
ambas enfermedades podrían estar vinculadas, según indica Santiago. Algunos
pecados tienen consecuencias físicas inherentes, además, la culpa puede
producir síntomas físicos adversos (cf. Jn. 5:14). Pero, debemos también
reconocer que la enfermedad física no siempre es atribuible a algún pecado
específico (cf. Jn. 9:1-3). Santiago instruye al cristiano enfermo a tomar la iniciativa llamando a
los ancianos, informando sobre su situación con la esperanza de ser visitado.
Luego, los ancianos de la congregación deben hacer dos cosas, orar por el
enfermo y ungirlo con aceite. ¿Cuál es el propósito de la unción con aceite? Algunos piensan que es
una unción medicinal. En los días de Santiago el aceite se usaba como ungüento (cf.
Luc. 10:34). Otros piensan que el aceite enfoca la consagración a Dios, lo cual
es la razón más común para la unción en la Biblia. Otros creen que la unción fue
realizada para una curación milagrosa (cf. Mar. 6:13). Los que adoptan esta
tercera vía de interpretación creen que los ancianos del contexto tenían el don
de sanar milagrosamente. Independientemente del propósito exacto de la unción, el énfasis de
Santiago está en la oración. Santiago dice que la oración restaurará al
enfermo, es decir, Dios lo sanará en respuesta a la oración de fe (cf. Sant.
1:6), oración que proviene de los corazones de hombres probados como fieles,
consagrados, obedientes y mansos (Sant. 5:16). Seguramente, los ancianos de la
iglesia serían tales hombres. Aquel que está enfermo de pecado ciertamente no puede ser sanado sin el
arrepentimiento y la confesión del pecado. El estímulo mutuo para hacer el
bien, la responsabilidad personal, y la oración conjunta, combinados con la
gracia divina, tendrán el efecto curativo para el alma enferma de pecado
mortal. Por supuesto, las prácticas católico-romanas de la “extremaunción” y la “confesión
a un sacerdote” no están justificadas en lo absoluto, ni en la enseñanza de
Santiago, ni en la enseñanza de algún otro pasaje de la Biblia. Sencillamente,
la Biblia no apoya al catolicismo romano. ¿Qué de nosotros? ¿Cómo reaccionamos cuando nos azota la enfermedad? ¿Solicitamos
el socorro de aquellos que pueden orar por nosotros? ¿Hay pecado del cual
tengamos que arrepentirnos? ¿Estamos dispuestos a confesar lo equivocados que
estuvimos?