Un etíope había viajado a Jerusalén para adorar, y volviendo a casa leía
al profeta Isaías. Felipe, un evangelista, llegó junto a su carro y le preguntó
si entendía lo que estaba leyendo. Sin embargo, el etíope necesitaba ayuda para
entender la sagrada Escritura e invitó a Felipe a que subiera a su carro y le explicara.
El pasaje que leía era Isaías 53. El etíope preguntó a Felipe si el profeta
hablaba de sí mismo o de otra persona, “Entonces Felipe, abriendo su boca, y
comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (Hech.
8:35). Quién es él. Al predicar a Jesús
Felipe comenzó indicando quién es él. No sabemos si el etíope sabría algo de
Jesús de Nazaret antes de encontrarse con Felipe. Lo que sí sabemos es que
Felipe explicó que Isaías hablaba de Jesús, el Cristo o Mesías, es decir, el
Ungido, una referencia al reino de Jesús como nuestro soberano y sumo
sacerdote. Predicar a Jesús es imposible sin usar la Biblia. Jesús es un personaje
histórico, no es mítico. No podemos apelar a las emociones sino al entendimiento
cuando predicamos a Jesús. La única manera de conocer a Jesús y su evangelio es
por medio de los documentos históricos que llamamos Nuevo Testamento, los
cuales indican la naturaleza de su persona, su obra y su palabra. Los profetas
hablaron de él. El Antiguo Testamento anunció una y otra vez su venida. El
Nuevo Testamento nos presenta cómo el cumplió las profecías, y la salvación que
el ha hecho posible. Lo que él ofrece. Isaías 53 describe a
Jesús como un siervo sufriente, llevado como una oveja al matadero. Enfatiza su
sufrimiento por nosotros. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido
por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga
fuimos nosotros curados” (Is. 53:5). Jesús ofrece la salvación, el perdón de los pecados. Murió por nosotros.
Su resurrección de entre los muertos también fue profetizada por Isaías (Is.
53:10-12), la cual es nuestra seguridad de que él es quien dijo que era y que
el Padre aceptó su expiación. Lo que él requiere. Predicar a Jesús obviamente
incluye predicar lo que Jesús demanda de nosotros para que seamos sus
discípulos, salvos por él. En respuesta a la predicación de Felipe, el etíope
pidió ser bautizado (Hech. 8:36). Felipe le dijo que si creía de todo corazón
podía ser bautizado, entonces el etíope confesó su fe y fue bautizado ahí mismo
(Hech. 8:37,38). No es de extrañar que Felipe predicara estos requisitos. Son exactamente
lo que Jesús había dicho que predicara (Mat. 28:18-20; Mar. 16:15,16). Llegando
a ser un discípulo, el etíope tenía mucho que aprender, “enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado” (Mat. 28:20). El etíope quiso obedecer inmediatamente cuando aprendió lo suficiente y
supo cómo alcanzar la gracia de Dios. Lo mismo hicieron otros en el registro
inspirado (Hech. 2:38,41; 8:12; 9:6,18; 22:16; 16:14,15; 16:30-33; 18:8; 19:5).
Lo mismo tendrías que hacer tú, estimado amigo. ¿Cuál es tu respuesta?