Escribiendo a los gálatas Pablo les preguntó, “¿Me he hecho, pues,
vuestro enemigo, por deciros la verdad?” (Gal. 4:16). Esta es una gran
pregunta. Es algo que todos haríamos bien en considerar porque cuando alguien
nos dice que estamos equivocados de alguna manera, a menudo no nos gusta, y a
veces, no reaccionamos bien. La verdad, sea como fuere el caso, siempre necesitamos
escucharla. Cuando Natán dijo la verdad a David la verdad sobre su pecado con
Betsabé, ¿lo hizo porque era enemigo de David? Detengámonos a pensar en esto.
David había codiciado a la esposa de su prójimo, y cometió adulterio con ella,
y luego utilizó el engaño, la embriaguez, y el asesinato para encubrir su maldad.
David sabía que todo esto estaba mal (cf. Sal. 32:3,4), pero no se arrepintió y
actuó como si nada hubiera pasado. Natán lo confrontó con tacto, mediante una
historia, y luego denunció su pecado en los términos más sencillos y prácticos,
lo cual resultó en una confesión muy necesaria (2 Sam. 12:1-15). David nunca tuvo un amigo más valioso que Natán. Yo tampoco lo tendré,
cuando reaccionó mal contra alguien que se ha preocupado lo suficiente por mí
para señalar mi error y ayudarme. Señalar el pecado no es un “discurso de odio”,
es amor (cf. 2 Tim. 2:24-26; 4:2). Cuando Pablo predicó la verdad a los atenienses señalando su falsa
religión, ¿lo hizo porque era enemigo de ellos? Los atenienses eran personas
muy religiosas, pero idólatras (Hech. 17:22). Adoraban en la total ignorancia,
haciendo numerosas suposiciones erróneas sobre quien es Dios y como hemos de
servirle. Pablo les explicó hasta que punto estaban equivocados, luego los
llamó al arrepentimiento (Hech. 17:23-31). Algunos lo hicieron, otros se
burlaron. Sin embargo, en otras ciudades Pablo fue tratado con mucha menos
amabilidad por predicar la verdad. No importa cuan religioso sea, si estoy creyendo la mentira y viviendo
en el engaño. Incluso si lo hago por ignorancia o motivado por la sinceridad,
necesito un amigo que me diga la verdad. Cuando Pablo escribió a los gálatas les advirtió contra los falsos
maestros. Sin embargo, quienes siguieron la enseñanza falsa se desligaron de
Cristo y cayeron de la gracia (Gal. 5:4). Con demasiada frecuencia los predicadores fieles son acusados de ser
perturbadores, tal como Acab acusó a Elías (1 Rey. 18:17). No obstante, los
mejores amigos son los que denuncian el error y llaman al arrepentimiento. Los
peores amigos son los que invitan a conformarse a un estándar diferente al de
Dios y alborotan a su pueblo con el error y la mentira. Debemos hablar la verdad en amor (Ef. 4:15) y procurar restaurar con
espíritu de mansedumbre (Gal. 6:1; 2 Tim. 2:24-26) reprendiendo las obras de
las tinieblas (Ef. 5:11). Los que hacen esto son nuestros amigos, nuestros mejores
amigos.