El testimonio de los apóstoles

 


Por Josué I. Hernández

 
Cada hecho de la historia ha quedado establecido de la misma manera. Ocurre un evento, y quienes lo observaron dejan algún tipo de testimonio del evento en sí, tal vez, un dibujo o una fotografía, un monumento, un registro escrito, etc. Las personas de las generaciones posteriores observan el testimonio y creen que el evento ocurrió.
 
Por el testimonio de otros creemos en Jesús de Nazaret como el Cristo, el Hijo de Dios (Jn. 20:30,31). Su vida y enseñanzas fueron documentadas por testigos, principalmente, los apóstoles. Jesús les dijo, “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).
 
Los apóstoles fueron testigos de lo que vieron, las buenas obras y los milagros de Jesús de Nazaret (cf. Hech. 10:38,39). Ellos fueron testigos de lo que vieron y oyeron (Hech. 22:15). Fueron testigos de la resurrección de Jesús (Hech. 2:32; 3:15; 5:32), el evento que él señaló una y otra vez como la prueba definitiva de su identidad. Los apóstoles comieron y bebieron con Jesús, luego de que él resucitó (Hech. 10:41). Incluso, los apóstoles fueron testigos de cosas que Jesús reveló después de su ascensión al cielo (cf. Hech. 26:16).
 
No hay una buena razón para cuestionar la credibilidad del testimonio de los apóstoles. Ellos estaban en condiciones excepcionales para registrar lo que afirmaron. Su testimonio no les proporcionó gloria, fortuna y poder; por el contrario, fueron tratados “como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Cor. 4:13).
 
Algunos religiosos hablan de testificar para indicar lo que ellos creen, lo que sienten, lo que piensan, etc. Sin embargo, cuando los apóstoles testificaron, estaban contando lo que habían visto y oído respecto a Jesucristo.
 
El apóstol Pedro escribió, “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo” (2 Ped. 1:16-18).
 
El apóstol Juan dijo, “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida  (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 1:1-3).