La autoridad apostólica

 


“Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos), y todos los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia” (Gal. 1:1,2).


Por Josué I. Hernández

 
Ni la proclamación humana, ni el linaje físico, fueron factores que lograsen que Pablo llegara a ser apóstol. Esto es algo totalmente diferente a las ostentosas aseveraciones y la exhibición de cargos en las diferentes iglesias, concilios y sínodos que realizan los hombres.
 
Jesucristo mismo comisionó a sus apóstoles (cf. Mar. 3:13-19; Hech. 22:14,15; 26:16,17) y los envió al mundo para enseñar su evangelio (Mat. 28:18-20; Mar. 16:15-20). Todo esto conforme al plan de Dios Padre quien resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Ef. 3:11).
 
La aprobación celestial no significa que los apóstoles no tuvieran que lidiar cada día contra el pecado. Por ejemplo, Pedro fue reprendido por su hipocresía (Gal. 2:11-14), y Pablo admitió que podría ser eliminado (1 Cor. 9:27).
 
La explicación de Pablo del respaldo celestial a su apostolado sentó la base de la autoridad por la cual las iglesias de Galacia, y todas las iglesias, debían recibir y seguir su doctrina (cf. Gal. 1:6-10). Dicho de otro modo, así como el apostolado de Pablo no procedía de hombres ni se logró por medio de hombres, tampoco lo era el evangelio que él predicaba (Gal. 1:11). ¡Qué gran diferencia con las afirmaciones y atestaciones de las iglesias, concilios y sínodos de las iglesias de los hombres! Estos cuerpos religiosos se reúnen para aprobar y codificar su ortodoxia, para luego vincularla sobre sus adherentes. ¡Qué afrenta a Cristo y su evangelio!
 
Lo que hay que creer y obedecer ya ha sido revelado por Cristo a través de sus apóstoles (Gal. 1:12; Ef. 3:5; 2 Tes. 2:15; 3:1,4). Desviarse de la doctrina apostólica equivale a apartarse de la fe (cf. Gal. 5:4; 1 Tim. 4:1-6; 2 Jn. 9).