“Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe” (Luc. 17:5). Ciertamente, ellos se sentían ineptos frente al patrón
conductual que el Señor les llamaba a seguir. Les faltaba fe. Ahora bien, en lugar de obrar un
milagro para poner fe en los corazones de los apóstoles, Jesús les enseñó como
podían hacer crecer su fe. Dicho de otro modo, es responsabilidad de cada uno
el crecer en fe para con Dios. La fe aumenta al confiar en lo que la fe misma puede lograr (Luc. 17:6). En otras palabras, la fe es la fuerza y convicción que nos activa para
vivir en armonía con la voluntad de Dios (cf. Hech. 15:7; Rom. 10:17; Heb.
11:1). Es el combustible que alimenta el motor de nuestras vidas (cf. 2 Cor.
5:7; Heb. 11:2-40). Podemos lograr todo lo que Dios dice que hagamos cuando
confiamos en el poder de la fe. La fe aumenta al ofrecer el servicio de la fe (Luc. 17:7,8). La fe en el Señor requiere que le sirvamos a él, y no a nosotros
mismos. Nuestra fe no crecerá hasta que nos humillemos ante el Señor y confiemos
en él (cf. Sant. 4:6; 1 Ped. 5:6), poniéndolo a él sobre todas las cosas. La fe aumenta al obedecer el deber de la fe (Luc. 17:9,10). Así como un siervo tiene deberes que cumplir, los discípulos de Cristo
deben hacer todo lo que el Señor nos mande (cf. Luc. 17:10; Col. 3:17,23). No
tenemos nada de qué jactarnos cuando obedecemos a Cristo con fe. No hemos
ganado nada. Solo estamos cumpliendo nuestro deber para con él. La fe está
muerta sin la obediencia (Sant. 2:20), y la obediencia es la evidencia del amor
(cf. Jn. 14:15; 15:10). Para fortalecer su fe siga las instrucciones del apóstol Pedro, “añadid
a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio
propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad,
afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 Ped. 1:5-7). Confíe en la
capacidad de la fe, ofrezca el servicio de la fe, y obedezca el deber de la fe.
Si hace esto, el Señor aumentará su fe (Fil. 2:12,13), y mediante esa fe Dios le
guardará con su poder (1 Ped. 1:5).