El Espíritu de verdad

 
Por Josué I. Hernández

 
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Jn. 16:13).
 
El tema del Espíritu Santo genera mucha expectación entre muchos estudiantes de la Biblia. Desafortunadamente, el tema mismo ha resultado ser incomprendido por demasiados. No queremos extendernos a repasar cada incomprensión, ni corregir cada error. Sin embargo, queremos ayudar con algunas cosas evidentes que Jesucristo dijo acerca del Espíritu Santo.
 
Reunido con sus apóstoles aquella noche en la cual él fue traicionado (cf. Mat. 26:20), Jesús se esforzó en preparar a sus apóstoles para su inminente partida de regreso al Padre. Jesús se iría, pero no los dejaría solos, él vendría a ellos en la persona del Espíritu Santo quien los ayudaría en su trabajo (cf. Jn. 14:18; 16:13).
 
Es importante reiterar que esta promesa fue especificada a los apóstoles. La ayuda del Espíritu es una referencia a su función en el mundo como testigos de Cristo (cf. Jn. 15:26,27; Hech. 1:8) para revelar la verdad divina (cf. Ef. 3:3-5) a la cual ellos fueron guiados (Jn. 16:13). Esta promesa se hizo realidad el día de Pentecostés de Hechos capítulo 2, cuando el Espíritu Santo vino sobre los apóstoles (Hech. 1:4,5; 2:1-4). Dicho de otro modo, Jesús no prometió enviar el Espíritu Santo a cada creyente en el mundo para guiar personalmente a cada creyente a la verdad. Si el Espíritu Santo guiara a cada creyente en el mundo, todos estaríamos de acuerdo, y sabemos que tal cosa no está sucediendo.
 
Jesús prometió que el Espíritu Santo guiaría a los apóstoles a la totalidad de la verdad, al 100% de ella (Jn. 16:13), y aunque Jesús mismo había avanzado esta obra, los apóstoles fueron lentos en el aprendizaje, al igual que nosotros lo somos. Durante el ministerio terrenal de Jesucristo, los apóstoles pudieron crecer en comprensión, pero había más aún que reconocerían y entenderían, “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” (Jn. 16:12). Incluso oyendo directamente a Jesús, los apóstoles luchaban por alguna dureza en sus corazones (cf. Mar. 8:17,18; Jn. 20:9).
 
La obra de Dios en los apóstoles al fin fue exitosa. Ellos recordaron lo que Jesús les había enseñado (Jn. 14:26) y fueron guiados a toda la verdad (Jn. 16:13), y así, toda la verdad llegó a estar disponible mediante ellos (cf. Ef. 2:20; 2 Ped. 1:3; Jud. 1:3). Sin lugar a duda esto tiene implicaciones importantísimas. Nosotros podemos conocer toda la verdad si nos disponemos a ello (cf. Ef. 3:4). En otras palabras, si queremos conocer la verdad que nos hace libres (Jn. 8:32) debemos ir a la predicación de los apóstoles, y a quienes aprendieron de ellos, es decir, al Nuevo Testamento de Cristo. Pero, hay más que deducir con todo esto. Todo libro escrito en siglos posteriores no puede revelar cosa nueva a la ya entregada por Dios a los apóstoles de Cristo. Entonces, los profetas modernos son falsos, y sus seguidores están siendo engañados.
 
Ya que el Espíritu Santo es Dios (cf. Luc. 1:35; Hech. 5:3) él daría a los apóstoles la revelación de Dios. El Espíritu de verdad no hablaría por su propia cuenta (Jn. 16:13) sino en total armonía con el Padre (Jn. 16:14,15) así como Cristo también habló (Jn. 12:49,50). Pero, ¿qué significa esto para nosotros? Si el mensaje de los apóstoles era el mensaje de Jesús, entonces lo que dijeron tiene tanta autoridad como lo que Jesús mismo dijo personalmente. Por lo tanto, escuchar a los apóstoles es escuchar a Jesús, y rechazar a los apóstoles es rechazar a Jesús (Jn. 13:20).


Entradas que pueden interesarte