“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad;
porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y
os hará saber las cosas que habrán de venir” (Jn. 16:13). El tema del Espíritu Santo genera mucha expectación entre muchos
estudiantes de la Biblia. Desafortunadamente, el tema mismo ha resultado ser
incomprendido por demasiados. No queremos extendernos a repasar cada incomprensión,
ni corregir cada error. Sin embargo, queremos ayudar con algunas cosas evidentes
que Jesucristo dijo acerca del Espíritu Santo. Reunido con sus apóstoles aquella noche en la cual él fue traicionado (cf.
Mat. 26:20), Jesús se esforzó en preparar a sus apóstoles para su inminente
partida de regreso al Padre. Jesús se iría, pero no los dejaría solos, él
vendría a ellos en la persona del Espíritu Santo quien los ayudaría en su
trabajo (cf. Jn. 14:18; 16:13). Es importante reiterar que esta promesa fue especificada a los apóstoles.
La ayuda del Espíritu es una referencia a su función en el mundo como testigos
de Cristo (cf. Jn. 15:26,27; Hech. 1:8) para revelar la verdad divina (cf. Ef.
3:3-5) a la cual ellos fueron guiados (Jn. 16:13). Esta promesa se hizo realidad
el día de Pentecostés de Hechos capítulo 2, cuando el Espíritu Santo vino sobre
los apóstoles (Hech. 1:4,5; 2:1-4). Dicho de otro modo, Jesús no prometió
enviar el Espíritu Santo a cada creyente en el mundo para guiar personalmente a
cada creyente a la verdad. Si el Espíritu Santo guiara a cada creyente en el
mundo, todos estaríamos de acuerdo, y sabemos que tal cosa no está sucediendo. Jesús prometió que el Espíritu Santo guiaría a los apóstoles a la
totalidad de la verdad, al 100% de ella (Jn. 16:13), y aunque Jesús mismo había
avanzado esta obra, los apóstoles fueron lentos en el aprendizaje, al igual que
nosotros lo somos. Durante el ministerio terrenal de Jesucristo, los apóstoles
pudieron crecer en comprensión, pero había más aún que reconocerían y
entenderían, “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis
sobrellevar” (Jn. 16:12). Incluso oyendo directamente a Jesús, los
apóstoles luchaban por alguna dureza en sus corazones (cf. Mar. 8:17,18; Jn.
20:9). La obra de Dios en los apóstoles al fin fue exitosa. Ellos recordaron
lo que Jesús les había enseñado (Jn. 14:26) y fueron guiados a toda la verdad
(Jn. 16:13), y así, toda la verdad llegó a estar disponible mediante ellos (cf.
Ef. 2:20; 2 Ped. 1:3; Jud. 1:3). Sin lugar a duda esto tiene implicaciones
importantísimas. Nosotros podemos conocer toda la verdad si nos disponemos a
ello (cf. Ef. 3:4). En otras palabras, si queremos conocer la verdad que nos
hace libres (Jn. 8:32) debemos ir a la predicación de los apóstoles, y a
quienes aprendieron de ellos, es decir, al Nuevo Testamento de Cristo. Pero,
hay más que deducir con todo esto. Todo libro escrito en siglos posteriores no
puede revelar cosa nueva a la ya entregada por Dios a los apóstoles de Cristo.
Entonces, los profetas modernos son falsos, y sus seguidores están siendo
engañados. Ya que el Espíritu Santo es Dios (cf. Luc. 1:35; Hech. 5:3) él daría a
los apóstoles la revelación de Dios. El Espíritu de verdad no hablaría por su propia
cuenta (Jn. 16:13) sino en total armonía con el Padre (Jn. 16:14,15) así como
Cristo también habló (Jn. 12:49,50). Pero, ¿qué significa esto para nosotros?
Si el mensaje de los apóstoles era el mensaje de Jesús, entonces lo que dijeron
tiene tanta autoridad como lo que Jesús mismo dijo personalmente. Por lo tanto,
escuchar a los apóstoles es escuchar a Jesús, y rechazar a los apóstoles es
rechazar a Jesús (Jn. 13:20).