“Dice el perezoso: El
león está en el camino; el león está en las calles. Como la puerta gira sobre
sus quicios, así el perezoso se vuelve en su cama. Mete el perezoso su mano en
el plato; se cansa de llevarla a su boca. En su propia opinión el perezoso es
más sabio que siete que sepan aconsejar” (Prov. 26:13-16).
Por Josué I. Hernández
Vayamos de una vez al grano, la diligencia es
un sello distintivo de la fe (Rom. 12:11; Heb. 4:11; 6:11; 2 Ped. 1:5,10). Sin
embargo, el perezoso no ve las oportunidades diarias para servir a Dios, a su
familia, a sus hermanos, y a sus vecinos. En lugar de servir a Dios, el
perezoso sirve a los intereses de Satanás.
Dios espera de nosotros el servicio
diligente. En otras palabras, la manera en que hacemos las cosas es crucial, “como
para el Señor” (Col. 3:23; cf. Lev. 19:5). Por lo tanto, el compromiso con
la excelencia ha de ser la marca distintiva del esfuerzo cotidiano del
cristiano.
El perezoso tiene pretextos, y racionaliza su
flojera, “Dice el perezoso: El león está en el camino; el león está en las
calles” (Prov. 26:13). Los peligros y las dificultades detienen al perezoso
para que permanezca sin aventurarse (cf. Prov. 22:13; 20:4). No obstante, Dios
nos usará cuando diligentemente procuramos hacer su voluntad (Mat. 19:26; Fil.
2:12,13; Heb. 11:6).
El perezoso no usa su tiempo sabiamente, “Como
la puerta gira sobre sus quicios, así el perezoso se vuelve en su cama”
(Prov. 26:14). En otras palabras, el perezoso duerme cuando debiera estar
trabajando (Jn. 9:4). Como resultado, no está preparado para afrontar con éxito
los desafíos de la vida (cf. Prov. 6:6-9; 19:15). Sin embargo, Dios nos llama a
redimir nuestro tiempo sabiamente (Ef. 5:15,16; cf. Mat. 25:1-13).
La vida del perezoso es tragicómica, y parece
un chiste si no fuera tan grave, “Mete el perezoso su mano en el plato; se
cansa de llevarla a su boca” (Prov. 26:15). La solución a su problema está
a la mano, pero el perezoso no está dispuesto a trabajar diligentemente (Prov.
19:24). La palabra de Dios nos advierte indicándonos que no hay recompensa para
el negligente (cf. Prov. 12:27; 13:4; Ecles. 9:10; Mat. 25:14-30; Rom. 12:11).
El perezoso se engaña en su orgullo, “En
su propia opinión el perezoso es más sabio que siete que sepan aconsejar” (Prov.
26:16). En nuestras palabras, el perezoso carece de la percepción necesaria
para cambiar su condición (Prov. 16:18). Luego, el perezoso vive descontento,
usted no conocerá a una persona más miserable que él, “El deseo del perezoso
le mata, porque sus manos no quieren trabajar” (Prov. 21:25).
Dios no es perezoso, la historia bíblica lo
confirma. Cada pasaje que habla de la obra de Dios alude a su trabajo diligente.
Cristo dijo, “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Jn. 5:17).
Dios nos llama a que sigamos su ejemplo, y trabajemos arduamente: “Trabajad,
no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la
cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre” (Jn.
6:27).
En fin, no fuimos puestos en la viña del
Señor para comer uvas, Dios quiere que trabajemos (Mat. 20:1-16) haciendo
buenas obras (Mat. 5:16; Gal. 6:9,10; Ef. 2:10; 4:12; Tito 2:14; Apoc. 2:5, etc.),
y edificando sobre la roca (Mat. 7:24,25).
Dios ha prometido “vida eterna a los que,
perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad” (Rom.
2:7).
¿Se esfuerza usted
por la vida eterna?