Advertidos pero confiados


 
“Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los mutiladores del cuerpo. Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Fil. 3:2,3).


Por Josué I. Hernández

 
El apóstol Pablo no dudó en señalar audazmente a quienes pervertían el evangelio, y mientras advirtió a los filipenses del peligro de “los malos obreros” indicó el contrapeso necesario para servir al Señor. Por lo tanto, aquí tenemos una advertencia y su contrapeso, en otras palabras, un equilibrio perfecto.
 
La advertencia
 
“Guardaos de los perros”. Esta expresión, así como el apóstol la usó, hoy en día no se entiende de la misma forma, y no podría usarse con la misma aplicación. Pablo no estaba desahogándose y derramando su ira denostando a los “mutiladores del cuerpo” para vengarse de quienes le causaban tanto daño a él y a la obra. Los perros vivían en manadas salvajes buscando comida (cf. Sal. 59:6; 1 Rey. 14:11). “Como los perros en ese entonces eran animales tan sucios, a los judíos les encantaba referirse a los gentiles con ese término despectivo. Sin embargo, Pablo se refiere aquí a los judíos y de forma específica a los judaizantes, con el fin de describir su carácter pecaminoso, vicioso y descontrolado” (J. F. MacArthur). La idea del apóstol fue la de alertar contra quienes buscaban atacar y quitar los bienes espirituales.  
 
“guardaos de los malos obreros”. Son llamados así porque sus obras eran malas, y los filipenses no debían darles lugar para que trabajaran entre ellos (cf. Sal. 119:115; Fil. 2:18,19), “eran muy activos pero no hacían la obra de Dios, sino que formaban partidos, y se gloriaban en la carne de los hermanos gentiles (Gal. 6:13), es decir, se jactaban de cada gentil que podían circuncidar para agregarlo a su partido” (W. Partain).
 
“guardaos de los mutiladores del cuerpo”. La doctrina de la circuncisión como necesaria para la salvación era ineficaz para eliminar la culpa del pecado. “Para hablar de lo que ellos practicaban Pablo ni usa la palabra "circuncisión", porque la práctica de ellos no era digna de la palabra, sino que era ni más ni menos que la "mutilación" del cuerpo.” (W. Partain). Por el contrario, todos los verdaderos cristianos son “la circuncisión”, es decir, el pueblo del pacto, cuyos corazones están circuncidados (cf. Rom. 2:28,29; Col. 2:11-13).
 
El contrapeso
 
“en espíritu servimos a Dios”. La iglesia, como verdadero pueblo del pacto, tributa a Dios servicio en espíritu, de manera reverente, de todo corazón. Este es el servicio según la verdad que el Espíritu Santo reveló (Jn. 4:23,24). Sin importar el lugar donde se congreguen, la característica básica de los verdaderos cristianos es el servicio a Dios tal como él lo requiere y merece (cf. Col. 3:17,23), “agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:10).
 
“nos gloriamos en Cristo Jesús”. Los cristianos se regocijan en Jesucristo, él es la fuente de su gozo, satisfacción y esperanza. Los cristianos no se complacen en las cosas malas (cf. Fil. 3:1; 4:4; Rom. 12:15), y dan todo el crédito a Jesucristo (cf. Rom. 15:17; 1 Cor. 1:31; 2 Cor. 10:17).
 
“no teniendo confianza en la carne”. La iglesia del Señor no pone su fe en condiciones sociales, económicas, culturales o étnicas. En Cristo Jesús, “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3:27,28). Pablo rehusaba depositar su confianza en consideraciones carnales (Fil. 3:4-7).
 
La iglesia de Cristo puede hallar confianza a pesar del error doctrinal de los malos obreros, cuando persevera en tres cosas: Sirviendo a Dios en espíritu, gloriándose en Cristo Jesús y sin confiar en la carne.