Jesús instruyó a los apóstoles, “Mirad, yo os envío como ovejas en
medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las
palomas” (Mat. 10:16, LBLA). El pueblo de Dios a menudo es comparado con ovejas. Cuando se representa
de esta manera, sus líderes y maestros son comúnmente llamados pastores (cf. Ez.
34:2; 1 Ped. 5:1-3). En esta aplicación, sin embargo, los apóstoles también son
designados como ovejas. La obra de predicar a las ovejas extraviadas de la casa
de Israel (Mat. 10:6), no sería una obra fácil, ni mucho menos entretenida. De hecho,
sería una obra peligrosa. Algunos ya habían reaccionado violentamente contra
Jesús. Los seguidores de Cristo, por lo tanto, no podrían esperar un mejor
trato. El desafío puesto delante de sus ojos demandaría el necesario
equilibrio, un equilibrio que nos parece extraño, haciéndose serpientes como
también palomas. ¿Habrá dos animales más diferentes? La paloma es un animal
eminentemente inofensivo, la serpiente se caracteriza por su astucia. Los
apóstoles necesitarían un poco de cada uno. Encontrar el equilibrio adecuado es un desafío constante para todo hijo
de Dios. Debemos luchar por mantenernos equilibrados cada día. Veamos algunos
ejemplos. La Biblia nos enseña a que andemos “con toda humildad y mansedumbre,
soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” (Ef. 4:1-3). Todos
los santos necesitan de la paciencia de sus condiscípulos, especialmente los
ociosos, los de poco ánimo o los débiles (1 Tes. 5:14). Se necesita paciencia
para restaurar con espíritu de mansedumbre al que fue sorprendido en alguna
falta (Gal. 6:1). Sin embargo, en algún momento, el “exceso de paciencia” se
vuelve una “tolerancia” del pecado (cf. Apoc. 2:14,15; 2:20,21). Entonces,
¿somos pacientes o somos tolerantes del pecado? Necesitamos permanecer
equilibrados. Cuando hermanos persisten en el pecado, ya sea doctrinal o conductual,
la Biblia nos enseña que debemos señalarlos y apartarnos de ellos (cf. Rom.
16:17; 2 Tes. 3:6), es decir, dejar de asociarnos con ellos (cf. 1 Cor. 5:9;
Mat. 18:17). Sin embargo, no podemos tenerlos por enemigos, sino que debemos
persistir en amonestarles como a hermanos (1 Tes. 3:15). Es fácil dejarse
llevar por las emociones, sobre todo cuando lazos familiares o de amistad están
presentes. No son pocas las ocasiones en que hay demasiado de serpiente, o demasiado
de paloma. Necesitamos permanecer equilibrados. El tacto es valioso hasta que nos volvemos tan discretos que no
entendemos el punto. La generosidad es buena hasta que facilitamos la pereza.
La simpatía es edificante hasta que sus continuas expresiones alimentan la
autocompasión. No obstante, la doctrina de Cristo demanda equilibrio entre
serpiente y paloma.