Sea justo e imparcial

 


Por Josué I. Hernández

 
A los judíos, bajo la ley mosaica, Dios mandó: “No admitirás falso rumor. No te concertarás con el impío para ser testigo falso. No seguirás a los muchos para hacer mal, ni responderás en litigio inclinándote a los más para hacer agravios; ni al pobre distinguirás en su causa” (Ex. 23:1-3).
 
No estamos bajo la ley de Moisés. Jesucristo la quitó de en medio y la clavó en la cruz (Col. 2:14). Sin embargo, nuestra esperanza se fortalece al aprender paciencia y consuelo de lo que Dios reveló a Israel (Rom. 15:4).
 
Dios le dijo a Israel, “me seréis varones santos” (Ex. 22:31), por lo tanto, les ordenó que fueran justos (Ex. 23:1). Entendemos, por lo tanto, que hay una relación entre la santidad y la justicia. Nadie podría ser un santo de Dios sin ser justo e imparcial (“como conviene a santos”, Ef. 5:3,4; “irreprensibles en santidad”, 1 Tes. 3:13).  
 
Para ser justos debemos mantenernos firmes frente a la presión la mayoría (Ex. 23:2) que tuerce la justicia y pervierte las normas morales (cf. Is. 5:20; Mat. 5:20; 1 Ped. 4:4). La santidad nos impulsa a tratar al prójimo como desearíamos ser tratados: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mat. 7:12).
 
Para ser imparciales debemos evaluar con justicia, y no permitir que las circunstancias (pobres, ricos, etc.) influyan en nuestras decisiones y acciones: “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas” (Sant. 2:1).
 
La imparcialidad es una marca de santidad, una marca que expresa sabiduría y justicia. Estas tres cosas fueron exigidas por Dios para que Israel, como pueblo santo de Dios, exhibiera la sabiduría de Dios al mundo (cf. Deut. 4:6). La iglesia, como el verdadero Israel de Dios, debe exhibir la santidad de Dios, “porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Ped. 1:17).