La
palabra “iglesia” se usa en el Nuevo Testamento en solo dos sentidos. Primero,
se refiere a la asamblea convocada por Cristo en todo el mundo, este es el
sentido universal. Cuando Jesús dijo “sobre esta roca edificaré mi iglesia”
(Mat. 16:18), estaba incluyendo a todos los creyentes en esta asamblea de
convocados en torno a él. Por lo tanto, él estaba hablando de la iglesia
universal. Segundo, la palabra “iglesia” también se usa en el sentido local. Por
ejemplo, cuando Pablo escribió a los Corintios, él especificó: “la iglesia de
Dios que está en Corinto”. Aquí, el apóstol, estaba hablando a un grupo de
cristianos en Corinto que se reunían para adorar y servir a Dios (1 Cor. 1:2). La
evidencia bíblica nos indica que los cristianos se organizaron en iglesias en
las diferentes localidades donde se encontraban, y que todas estas iglesias
eran autónomas de las demás. En otro momento, Pablo escribió acerca de iglesias
que saludaban (Rom. 16:16), éstas eran diferentes iglesias locales. Es
importante destacar que la palabra “iglesia” nunca se usa en la Biblia en un
sentido denominacional. Una denominación, por sus propios reclamos, no es la
iglesia universal. La mayoría de las denominaciones afirman ser parte de la
iglesia universal junto con todas las demás denominaciones. Por lo tanto, una
denominación admite ser más pequeña que la iglesia universal y más grande que
la iglesia local. Pero, una organización más pequeña que la iglesia universal y
más grande que la iglesia local no se encuentra en la Biblia. Las
denominaciones son el producto de la sabiduría de los hombres y existen sin la
bendición de Dios. Las denominaciones están destinadas a ser desarraigadas (Mat.
15:13). Las
iglesias de Cristo son autónomas en gobierno. Cada una es independiente de todas
las demás. Cada una tiene su propio liderazgo y trabaja según su fuerza y
oportunidades. Leemos en el Nuevo Testamento de muchas iglesias locales autónomas,
por ejemplo, “las iglesias de Galacia” (Gal. 1:2). Cada una de las iglesias de
Galacia gobernaba sus propios asuntos bajo la ley de Cristo. Cuando
Pablo y Bernabé regresaron de su primer viaje de predicación, visitaron
nuevamente a las iglesias que habían establecido, y designaron ancianos en cada
iglesia (Hech. 14:23). Cada iglesia tenía su propio liderazgo local, y se
ocupaba de su propia obra. Cuando Pablo escribió a la iglesia de Cristo en
Filipos, dirigió su carta a los santos que están en Filipos con los obispos y
los diáconos (Fil. 1:1). El apóstol Pedro ordenó a los ancianos que pastoreen
el rebaño de Dios que está entre ellos (1 Ped. 5:2). Los ancianos no debían
apacentar otros rebaños locales, sino pastorear el rebaño que estaba entre
ellos, es decir, la congregación local donde los ancianos son miembros (cf. Hech.
20:28). Pablo
escribió a Tito: “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo
deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé”
(Tito 1:5). El Señor le dijo a Juan que escribiera cartas a cada una de las
siete iglesias en la provincia romana de Asia (Apoc. 2 y 3). La iglesia de
Jerusalén tenía sus propios ancianos (Hech. 15:4). La iglesia en Éfeso tenía
sus propios ancianos (Hech. 20:17). La iglesia de Filipos también tenía sus
propios ancianos (Fil. 1:1). Siempre, en cada iglesia local, leemos de más de
un anciano. Nunca leemos en el Nuevo Testamento que una iglesia tenga un solo
anciano para servir como el pastor de la iglesia. Diótrefes fue condenado por
procurar el primer lugar (3 Jn. 9). A
menudo, los hombres no están contentos con la sabiduría de Dios, y piensan que
pueden mejorar los planes y propósitos de Dios. No obstante, ningún hombre
tiene el derecho ni la capacidad para cambiar el plan de Dios (cf. Gal. 1:6-9;
2 Jn. 9; Apoc. 22:18,19). Cuando los hombres organizan a iglesias y traspasan límites
de autonomías, pecan contra Dios. Que
estemos contentos de hacer las cosas que Dios nos ha dicho que hagamos.
Hagámoslas de la manera que Dios nos ha dicho que las hagamos, y llamémoslas en
la forma en que Dios las llama. Cuando hacemos esto, podemos estar seguros de
que estamos agradando al Señor (Jn. 14:15; Col. 3:17).