El término necio designa particularmente al pecador impenitente,
implicando la falta de conocimiento de Dios que se revela en su maldad (cf. Job
5:2; Prov. 14:9). Esta designación comporta un sentido moral, no intelectual
(Is. 32:6).
La vida del necio está asociada con la insensatez, la ignorancia y la
transgresión, “Entended, necios del pueblo; y vosotros, fatuos, ¿cuándo
seréis sabios?” (Sal. 94:8), “Fueron afligidos los insensatos, a causa
del camino de su rebelión y a causa de sus maldades” (Sal. 107:17), “El
corazón entendido busca la sabiduría; mas la boca de los necios se alimenta de
necedades” (Prov. 15:14).
Los que niegan a Dios se envanecen en sus razonamientos mientras rechazan
la evidencia del poder y gloria de Dios revelados en la creación (cf. Rom.
1:20,28; Sal. 19:1), y profesando ser sabios se vuelven necios (Rom. 1:21,22).
Por lo tanto, negarse a creer en Dios revela una mente corrupta que conduce a
una vida corrupta (Rom. 1:23-32).
Para nuestra sorpresa, esta reprensión no está reservada solamente para
el ateo. Hay una acusación similar para aquellos que “Profesan conocer a
Dios, pero con los hechos lo niegan” (Tito 1:16). La desobediencia niega a
Dios. Dicho de otro modo, el desobediente es un ateo en la práctica a pesar de
sus afirmaciones.
Mientras algunos niegan a Dios, la iglesia es llamada a afirmar la existencia
de Dios con palabras (1 Ped. 3:15) y conducta (1 Ped. 1:15-17; 3:10-12; cf. Ef.
2:10).