El gobierno ha recibido de Dios la autorización para aplicar la pena de
muerte (Gen. 9:6; cf. Mat. 26:52; Hech. 25:11), Sin embargo, la moralidad de la
pena de muerte suele ser cuestionada, y queremos revisar algunos argumentos opuestos
a la pena de muerte en el presente artículo. Personas inocentes podrían ser ejecutadas. Por lo tanto, ante la posibilidad de ejecutar a un inocente, la pena
capital debe ser abolida por completo. Según este razonamiento, tendríamos que
eliminar las cárceles porque una persona inocente podría ser encarcelada, y eliminar los martillos porque alguno podría martillarse un dedo. Un sistema de justicia que distingue entre casos de homicidio
premeditado e involuntario, como lo hacía la ley mosaica, enfoca las circunstancias
atenuantes, si es que las hay, e identifica cuando debe aplicarse la pena
capital. Dicho de otro modo, si hay certeza moral sobre el crimen digno de
muerte, será obligatorio aplicar la justicia capital. La pena capital se aplica con prejuicio racial. Puede ser cierto que en determinado lugar del mundo tal cosa ha
sucedido, o esté sucediendo, pero esto no prueba que la pena capital sea
inmoral. El mal uso de la ley no invalida la ley. Una persona puede hacer mal
uso de un martillo, pero los martillos siempre son útiles. Entonces, la forma
en que los tribunales apliquen la pena de muerte no determina la cuestión moral
última. La pena capital no disuade al criminal. En realidad, no hay forma de medir la disuasión que ocasione la pena
capital bien aplicada en algún lugar del mundo. No obstante, aunque ninguno
podría saber cuántos homicidios dejaron de cometerse y bajo cuáles
circunstancias, sabemos que el homicida está inhabilitado de volver a matar
cuando es ejecutado. Sencillamente, un enorme número de personas seguirían con
vida si los homicidas reincidentes hubiesen sido ejecutados por su primer
delito capital. Rehabilitación no castigo. Es verdad que
la pena capital es un castigo, así como también es verdad que los seres humanos
no tienen algún derecho intrínseco y absoluto a la rehabilitación cuando
perdieron su derecho a vivir quitando la vida a otro. La rehabilitación hace
que la vida del asesino sea más valiosa que la vida de su víctima, por el
contrario, la pena capital trata a ambas vidas como iguales. Matar al prójimo, con malicia y premeditación, es un crimen contra Dios,
conforme a cuya imagen somos hechos (Gen. 9:6). Al quitar la vida de su prójimo
el asesino pierde su derecho a vivir. La violencia engendra violencia. Muchos políticos y defensores sociales son inconsistentes, sino
hipócritas. ¿Cómo alguno podría aprobar el bombardeo de Yugoslavia en la guerra de Kosovo, pero no aprobar
la pena capital? Si el argumento “la violencia engendra violencia” anula la
pena capital, debemos admitir que dejar con vida a criminales dignos de muerte
hace del mundo un lugar mejor. ¿No es esto ridículo? ¿Qué de la violencia que
sufrió la víctima y su familia? Mientras se defiende a criminales dignos de muerte, la historia del
homicidio en la humanidad continúa, y la sentencia que el criminal merecía no
se aplica, entonces, el efecto disuasivo de la pena capital ya no existe, “Como
la sentencia contra una mala obra no se ejecuta enseguida, por eso el corazón
de los hijos de los hombres está en ellos entregado enteramente a hacer el mal”
(Ecles. 8:11, LBLA). La pena capital es inhumana. Algunos argumentan que la pena capital es una barbarie impropia en una
sociedad civilizada. Suena lindo, ¿verdad? Pero, piénselo un momento, ¿se puede
decir que una sociedad es civilizada cuando en ella cientos de personas
inocentes mueren cada año por homicidas que les quitaron sus vidas? Dios, el autor de la vida humana, y él ha autorizado al gobierno civil
para ejecutar a los criminales dignos de muerte (Rom. 13:4). El gobierno tiene
la obligación moral, no solo el derecho moral, de aplicar la pena capital, si
se hace de manera justa y consistente. Dios dijo “no matarás”. Es posible que
muchos de los que citan el sexto mandamiento de la ley mosaica no entiendan su
contexto, ni sepan en que libro de la Biblia es registrado por primera vez. Lo
peor de todo es que los tales citen la Biblia cuando sea conveniente a su
agenda política sin creer todo lo que ella revela. Una lectura honesta de la Biblia permite entender que el sexto
mandamiento no es una objeción a la pena de muerte, sino una prohibición del asesinato
(Ex. 20:13). En fin, usar el sexto mandamiento como una objeción a la pena
capital es tergiversar las sagradas Escrituras. El apóstol Pablo sabía que un malhechor cuyo crimen es digno de muerte,
merece morir: “Si soy, pues, un malhechor y he hecho algo digno de muerte,
no rehúso morir” (Hech. 25:11).