En más de una ocasión el director técnico ha insistido en la importancia
de terminar bien el juego. El equipo podría comenzar bien el partido, pero
terminar perdiendo. El entusiasmo del comienzo podría terminar en decepción. Sencillamente,
de nada sirve comenzar bien si termina mal. Varios personajes de la Biblia ilustran la aplicación espiritual de este
principio. El rey Uzías es alguien que viene a la mente. Podemos leer sobre su
vida en 2 Reyes 15:1-7, y con más detalle en 2 Crónicas 26. El rey Uzías, también llamado Azarías, vivió en el siglo VIII A.C.,
durante el reino dividido. Uzías comenzó a reinar siendo muy joven, y reino
durante cincuenta y dos años. Ciertamente, él comenzó bien, y siendo un hombre
justo disfrutó de mucho éxito en el favor de Dios. Sus proezas militares fueron
tremendas, y sus construcciones magníficas. Obviamente, el éxito de Uzías lo hizo famoso. Desafortunadamente, el rey
de enorgulleció por el éxito, la fama, y la gloria. Tanto se ensoberbeció que
decidió dejar de lado las instrucciones del Señor. Un día entró en el templo, y
tomó incienso y se propuso quemar incienso ante Dios. Sin embargo, valientes
sacerdotes se le opusieron, señalando al rey la especificación divina según la
cual solo los elegidos podían hacer esto. Entonces, Uzías reaccionó con ira y
en ese preciso instante intervino Dios hiriéndolo con lepra. Uzías padecería de lepra hasta el día de su muerte, aislado de su
familia, del pueblo, y del templo. Su hijo se hizo cargo de gobernar Judá,
mientras que la lepra de Uzías fue un terrible testimonio del peligro de la
apostasía. Uzías comenzó bien, pero terminó mal. Hay un gran contraste entre la vida de Uzías y la vida del apóstol Pablo.
El apóstol Pablo dijo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera,
he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la
cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a
todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:7,8). No te desvíes. No te rindas. No seas perezoso. No te entregues al pecado.
No seas arrogante, ni demasiado confiado. Sigue adelante, sigue fiel, teme a
Dios. ¡Termina bien!