Terminar bien

 


Por Josué I. Hernández

 
En más de una ocasión el director técnico ha insistido en la importancia de terminar bien el juego. El equipo podría comenzar bien el partido, pero terminar perdiendo. El entusiasmo del comienzo podría terminar en decepción. Sencillamente, de nada sirve comenzar bien si termina mal.
 
Varios personajes de la Biblia ilustran la aplicación espiritual de este principio. El rey Uzías es alguien que viene a la mente. Podemos leer sobre su vida en 2 Reyes 15:1-7, y con más detalle en 2 Crónicas 26.
 
El rey Uzías, también llamado Azarías, vivió en el siglo VIII A.C., durante el reino dividido. Uzías comenzó a reinar siendo muy joven, y reino durante cincuenta y dos años. Ciertamente, él comenzó bien, y siendo un hombre justo disfrutó de mucho éxito en el favor de Dios. Sus proezas militares fueron tremendas, y sus construcciones magníficas.
 
Obviamente, el éxito de Uzías lo hizo famoso. Desafortunadamente, el rey de enorgulleció por el éxito, la fama, y la gloria. Tanto se ensoberbeció que decidió dejar de lado las instrucciones del Señor. Un día entró en el templo, y tomó incienso y se propuso quemar incienso ante Dios. Sin embargo, valientes sacerdotes se le opusieron, señalando al rey la especificación divina según la cual solo los elegidos podían hacer esto. Entonces, Uzías reaccionó con ira y en ese preciso instante intervino Dios hiriéndolo con lepra.
 
Uzías padecería de lepra hasta el día de su muerte, aislado de su familia, del pueblo, y del templo. Su hijo se hizo cargo de gobernar Judá, mientras que la lepra de Uzías fue un terrible testimonio del peligro de la apostasía. Uzías comenzó bien, pero terminó mal.
 
Hay un gran contraste entre la vida de Uzías y la vida del apóstol Pablo. El apóstol Pablo dijo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:7,8).
 
No te desvíes. No te rindas. No seas perezoso. No te entregues al pecado. No seas arrogante, ni demasiado confiado. Sigue adelante, sigue fiel, teme a Dios. ¡Termina bien!