El poder del evangelio



“para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hech. 26:18).


Por Josué I. Hernández


El poder que salva a los pecadores es el evangelio de Jesucristo (Rom. 1:16; Hech. 11:4; 1 Cor. 1:21). Este poder no reside en el maestro o predicador, aunque éste sea el más educado o persuasivo. El poder del evangelio tampoco deriva de apelaciones a los sentimientos y emociones. Sin embargo, las iglesias de la actualidad se presentan como entretenidas, y muy divertidas. Tienen todo tipo de actividades a las que llaman “comunión”. Por supuesto, la comunión de ellos no es con Dios, sino solamente una comunión terrenal en base a cosas terrenales (cf. Jn. 17:21; 1 Jn. 1:3).
 
El trabajo de Pablo como apóstol a los gentiles estaba enfocado en la predicación del evangelio. Debido a esto, el apóstol escribió, “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:1,2).
 
Según el estándar de la mayoría, Pablo no habría sido un buen predicador. No obstante, la importancia de la predicación en aquel tiempo, y hasta el fin del mundo, es dar a conocer el evangelio de Dios revelado por el Espíritu Santo para la salvación de las almas (Hech. 26:18). Detengámonos a pensar en esto.
 
“para que abras sus ojos”. El poder del evangelio abre los ojos de los que están cegados por el prejuicio, la soberbia, la superstición, el error y la ignorancia (cf. Mat. 13:15), es decir, abre los ojos del corazón. Dicho de otro modo, la predicación del evangelio destruye los argumentos que se levantan contra el conocimiento de Dios (2 Cor. 10:4,5).
-- No hay otra predicación que logre la apertura del corazón para salvación (cf. Hech. 16:14).
-- El poder atractivo de la enseñanza de Dios es logrado mediante la predicación del evangelio, predicación en la cual los hombres son enseñados por Dios (Jn. 6:44,45; Ef. 4:20,21).
 
“para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios”. La conversión es un giro hacia Dios. Este giro debe entenderse tal como es definido en las sagradas Escrituras, “Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor” (Hech. 11:21). La conversión es un giro hacia Dios, un volverse a Dios. Según aprendemos de la Biblia, la conversión es más que creer.
-- La conversión ocurre después de la fe. Lea con cuidado, “gran número creyó y se convirtió al Señor”.  
-- El apóstol Pedro, un hombre inspirado, dijo, “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hech. 3:19). Aquí observamos que la conversión ocurre después del arrepentimiento.
-- En Hechos 2:38 aprendemos que la conversión hacia Dios ocurre en el momento en el cual el creyente arrepentido llega a ser bautizado, “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.
-- Cuando el Señor abrió los ojos del corazón de Lidia, ella bue bautizada (Hech. 16:15), y, por lo tanto, se convirtió al Señor (cf. Hech. 8:35,36). El bautismo en Cristo es el momento en el cual los pecados son lavados, los ojos son abiertos, y los pecadores son librados (cf. Hech. 22:16; Rom. 6:16-18; Gal. 3:26,27; Col. 1:13).
 
“para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados”. El propósito del evangelio es el perdón de los pecados (cf. Hech. 11:17; 1 Cor. 1:21; 1 Ped. 1:22,23) y una herencia celestial (cf. Rom. 8:17; Gal. 4:7).
-- Aunque Dios ama al mundo, no todos irán al cielo (Jn. 3:16).
-- La comunión eterna con Dios en el cielo es una instancia preparada para un pueblo preparado (Jn. 14:1-6; cf. 2 Tim. 4:8; Tito 2:14,15).