Los fieles predicadores no se predican a sí mismos
Por Josué I. Hernández
Hermanos y congregaciones extienden invitaciones a diferentes
predicadores para que estos les enseñen la palabra. Todo esto es bueno. No hay
nada de malo en ello. Sin embargo, la decisión de aceptar o rechazar esas
invitaciones debe basarse en lo que es mejor para la causa de Cristo, y no en lo
que es mejor para la reputación del predicador. El fiel predicador no procura promoverse a sí mismo, ni permitirá que
los hermanos lo eleven por sobre otros predicadores en la hermandad. El fiel
predicador no quiere hacer vana la cruz de Cristo procurando hacerse un nombre
(1 Cor. 1:17). Pablo reprendió a los corintios cuando ellos dividían por
exaltar a los de su preferencia (1 Cor. 1:12,13). Los fieles predicadores del evangelio no se predican a sí mismos, sino a
Cristo. Su énfasis es el mensaje de la cruz, no su propia persona. El apóstol
Pablo escribió, “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a
Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. Porque
Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que
resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la
gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de
barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2
Cor. 4:5-7). Nosotros podemos considerar a Pablo como “gran predicador”, sin embargo,
él no se consideraba así. Pablo no se promovía a sí mismo, ni permitía que lo
promovieran, y entendiendo la grandeza del servicio, Pablo se consideraba un vaso
de barro que Dios usaba para proclamar su glorioso evangelio. En lugar de buscar la fama en la hermandad, los fieles predicadores
quieren ser aprobados por Dios al hacer su trabajo, “que prediques la
palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta
con toda paciencia y doctrina… Pero tú sé sobrio en todo, soporta las
aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:2,5).