La última palabra de Santiago


 
Por Josué I. Hernández

 
“Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Sant. 5:19,20).
 
En su breve párrafo final, Santiago presenta un problema trágico y una solución bendita. Veamos ambas cosas.
 
El problema es un cristiano que se desvía de la verdad. Puede desviarse hacia algún tipo de error doctrinal, o aventurarse en algún pecado personal. Por supuesto, lo primero conduce inevitablemente a lo segundo. Obviamente, no solo es posible que un cristiano lo haga, sino que el hacerlo será desastroso. Santiago se refiere a este hombre como un “pecador” que se dirige a la muerte eterna.
 
El Nuevo Testamento nos advierte constantemente sobre este problema. Es vital estar alerta, siendo cuidadosos con lo que aprendemos y siempre conscientes de qué influencias están afectando nuestras vidas, velando a los primeros signos que indicarían que estamos resbalando o desviándonos. Es igualmente esencial reforzar lo que hemos aprendido de Cristo a través del estudio regular de su palabra, la adoración constante y la asociación útil. Nuestro destino eterno está en juego.
 
La solución que Santiago prevé es que alguno haga volver al extraviado del error de su camino. Este trabajo lo podría hacer un anciano o un predicador, pero Santiago no limitó la misericordia a estos oficios. Cualquier hermano o hermana puede hacer algo. Los espirituales lo harán (Gal. 6:1,2).
 
No debemos patear a los hermanos descarriados más lejos del camino, o ir tras ellos con un hacha para hacer la cirugía. Usando de sabiduría podemos reconocer la oportunidad (Mat. 7:6; 2 Tes. 3:15).
 
Algunas personas se resienten de cualquier esfuerzo por acercarse a ellas para amonestarles por sus pecados. No es raro que las ovejas descarriadas bloqueen el contacto con los hermanos que las buscan para hacerlas volver al buen redil. Por supuesto, siempre hay excepciones y debemos ser optimistas. Los corazones endurecidos pueden enternecerse y volverse al Señor.
 
El arrepentimiento salva un alma de la muerte eterna, y cubre una multitud de pecados, en lugar de esconderlos como si nunca hubieran ocurrido. Dicho de otro modo, al final del camino de regreso está Dios con su perdón (cf. Rom. 4:7,8). Sí, el arrepentimiento no es un sentimiento, es un viaje.