“Hermanos, el deseo de mi corazón
y mi oración a Dios por ellos es para su salvación.
Porque yo testifico a su favor de
que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento. Pues
desconociendo la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se
sometieron a la justicia de Dios” (Rom. 10:1-3, LBLA).
Por Josué I. Hernández
Los judíos incrédulos del tiempo
de Pablo estaban perdidos (como todo incrédulo lo está) y solo el evangelio de
Cristo (no la ley de Moisés) los salvaría (Rom. 1:16; 3:24-26; Hech. 4:12). Por
lo tanto, el apóstol Pablo (siendo él mismo un judío que llegó a perseguir a la
iglesia del Señor) oraba fervientemente por la salvación de los de su nación.
Pablo estaba convencido de que el
celo de los judíos no resultaba en la salvación de ellos. Los judíos incrédulos
vivían desorientados por su lealtad a una ley que había sido anulada, abolida
(Ef. 2:15; Col. 2:14), y se negaban a someterse al plan de salvación revelado
en el evangelio, “desconociendo la justicia de Dios” (Rom. 10:3, LBLA).
Muchas personas religiosas son
celosas de Dios, a la vez que contradicen el evangelio en su celo (cf. Mat.
7:21-23). Necesitamos más que simplemente celo para agradar a Dios. El celo no
reemplaza la obediencia a “todo el consejo de Dios” (cf. Hech.
20:27,32). Los desobedientes serán condenados, aunque sean celosos (cf. 2 Tes.
1:8,9). Cristo es “autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”
(Heb. 5:9).
Ni siquiera intentemos establecer
nuestro propio camino de salvación, como los judíos intentaban en su rebeldía establecer “su propia justicia” (Rom. 10:3). Ellos rechazaron el propósito o finalidad de
la ley (Rom. 10:4), y al rechazar el plan de Dios en Cristo, su celo carecía de propósito y dirección.
Debemos cuidarnos de no cometer
un error similar. Debemos someternos al plan de Dios en el evangelio (cf. Rom.
1:16,17; 6:17,18; 10:3; 10:9-13). Luego, debemos permanecer firmes en la
salvación, sin importar si somos judíos o gentiles (Rom. 8:1; Gal. 3:26-29;
5:4).