Uno de los grandes temas de la Biblia es la gloria de Dios. Son
demasiados los pasajes donde esto es enfatizado. Es más, la Biblia comienza
indicando a Dios como digno de nuestra alabanza y adoración y concluye
indicando lo mismo. Dios es digno de toda la gloria, y nosotros existimos para
glorificar a Dios en cada faceta de nuestra vida. El apóstol Pablo escribió, “Porque habéis sido comprados por precio;
glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales
son de Dios” (1 Cor. 6:20), “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra
cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31). El apóstol Pedro
escribió, “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno
ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios
glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los
siglos de los siglos. Amén” (1 Ped. 4:11). Muchos casos bíblicos y personajes históricos podríamos citar para
ilustrar este punto. Enfoquémonos en José. Mientras él estaba en prisión
interpretó los sueños de dos hombres, y luego interpretó dos sueños de Faraón.
Cada uno de estos hombres pensaba que el poder provenía de José, sin embargo,
José no buscaba gloria para sí mismo. Así, pues, dijo al copero y al panadero, “¿No
son de Dios las interpretaciones?” (Gen. 40:8), y a Faraón respondió, “No
está en mí; Dios será el que dé respuesta propicia a Faraón” (Gen. 41:16). Más tarde, cuando José llegó a ser la segunda persona más poderosa de Egipto,
él continuó dando la gloria a Dios al nombrar a sus hijos. De Manasés, su
primogénito, dijo, “Dios me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de
mi padre” (Gen. 41:51), y de Efraín dijo, “Dios me hizo fructificar en
la tierra de mi aflicción” (Gen. 41:52). La búsqueda de la gloria de Dios ha de gobernar las motivaciones,
pensamientos, actitudes, acciones y cuerpos, de los ciudadanos del reino de los
cielos, “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”
(Mat. 5:16; cf. 1 Ped. 2:12).
¿Es Dios glorificado con mis mensajes de
texto, mis publicaciones en las redes sociales, mi manera de vestir, de hablar
y de vivir?