Separando el amor de la verdad

 


Por Josué I. Hernández

 
No es posible separar el amor de la verdad (cf. Ef. 4:15; 2 Tes. 2:10), el amor “se goza de la verdad” (2 Cor. 13:6). Dicho de otro modo, el amor no acepta el error doctrinal. Sin embargo, una cariñosa hermana tuvo que ser advertida por el apóstol Juan, debido a que la hospitalidad de esta hermana podría ser usada contra la causa de Cristo: 

“El anciano a la señora elegida y a sus hijos, a quienes yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad… Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras” (2 Jn. 1,10,11).
 
En el primer siglo, la iglesia disfrutó de un crecimiento notable y se extendió por todo el mundo conocido (cf. Hech. 8:5; Rom. 10:14-18; Col. 1:5,6,23), y un factor que impulsó la propagación del evangelio fue la hospitalidad de los primeros cristianos. Sin embargo, la hospitalidad podría facilitar la propagación del error. Sería fácil para los maestros del error el aprovechar la propensión natural de los cristianos hacia la hospitalidad. Por lo tanto, era necesario aconsejar a los cristianos para que usaran de mucho discernimiento antes de hospedar a alguno.

Sin buen discernimiento, la hermana a quien Juan escribió estaría permitiendo que su amor fuera más allá de los márgenes de la verdad. Pero, el amor no acepta el error del falso. Es más, el amor aborrece lo malo (cf. Rom. 12:9) y reprende las obras de las tinieblas (Ef. 5:11).

No es posible separar el amor de la verdad, tampoco se puede separar la verdad del amor. Debemos entender la importante conexión que el apóstol Juan nos indica para mantener el equilibrio.

En una misma epístola, el “anciano” apóstol de Cristo nos enseña a fomentar el amor fraternal y a guardar los mandamientos de Dios (2 Jn. 5,6), mientras nos advierte contra apoyar o alentar a los falsos maestros (2 Jn. 9-11).