Hay lugares del mundo donde los veranos son muy calurosos y secos.
Recuerdo los veranos en la zona norte de Chile, en contraste con la sensación
térmica en la zona costera central. Lo mismo he percibido en Centroamérica.
Siempre me asombran las diferencias entre el clima salvadoreño y el guatemalteco.
Aunque hay lugares muy calurosos en Guatemala, siento que el calor en El
Salvador es más intenso. Pero, cuando ingresamos a Texas en la ecuación, el
calor salvadoreño palidece. A su vez, frente al desierto de Atacama, las
ciudades más calurosas de Texas no son áridas en lo absoluto. Por supuesto, no
hay lugar más árido en el mundo que el desierto de Atacama, en Chile, el cual
se extiende por el llamado “norte grande” de mi patria. Mientras escribo este artículo, un ventilador sopla con fuerza a dos
metros de mi escritorio. Hace calor hoy. Pero, tengo agua fresca y tengo
limones, y una mezcla refrescante se me ocurre. Mi mente, sin embargo, se
desplaza hacia aquellos períodos áridos en nuestro caminar con Dios. Me refiero
al contraste que se va produciendo en nuestro peregrinaje. A veces vamos por
lugares de delicados pastos, y a veces avanzamos por tierra seca y desierta. Si alguna vez has experimentado momentos de aridez espiritual quiero que
sepas que no está solo. El pueblo de Dios ha pasado por estos períodos según
leemos en la historia bíblica. Considere los siguientes ejemplos: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de
ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas” (Sal. 63:1). Mientras escapaba por su vida, huyendo de Saúl (1 Sam. 23:1-29),
o más probablemente de Absalón (2 Sam. 15:1-37), David sufría la inclemencia
del desierto de Judá, a la vez que su alma pasaba por un desierto espiritual. “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti,
oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré,
y me presentaré delante de Dios?” (Sal.
42:1,2). No sabemos las circunstancias exactas que sufrían estos hombres de
Dios, los hijos de Core, pero sabemos que al igual que David, en este momento
de sus vidas sufrían por la aridez espiritual, y anhelaban las aguas frescas y
refrescantes del Dios vivo. Cuando pasamos por un período espiritualmente árido, ¿qué debemos hacer?
¿Hacia dónde nos dirigiremos? La mejor respuesta que podemos obtener de la
Biblia es la siguiente: Debemos volvernos a Dios y esperar en él. El pueblo de Dios ha pasado por momentos tan difíciles que se comparan a
desiertos de aridez espiritual, y clamaron a Dios mientras esperaban por su
misericordia. Ellos no fueron defraudados (Sal. 42:3-11; 63:2-11). Si estas experimentando la opresión por la aridez espiritual, recuerda
que esta temporada de sufrimiento no durará para siempre. El efecto refrescante
del auxilio divino aplacará tu sed mientras sigues la voz del buen pastor (cf. Sal.
23:1-6; Jn. 10:4,5,14).