Por Josué I. Hernández
Algunos hermanos no aprecian la predicación de “todo el
consejo de Dios” (Hech. 20:27), ni soportan “la sana doctrina” (2
Tim. 4:3). Los tales no están dispuestos a reprender “las obras infructuosas
de las tinieblas” (cf. Ef. 5:11), y prefieren lecciones bonitas que no
molesten a quienes tengan “comezón de oír” (2 Tim. 4:3). Estos hermanos demasiado
complacientes, se esfuerzan por agradar a los hombres antes que a Dios (cf. 1
Cor. 10:33; 2 Cor. 5:9; Gal. 1:10).
Es un día triste cuando una llamada “iglesia de Cristo” se adapta
a su ambiente, y ya no aborda los problemas, ni señala el error de sus
miembros, y comulga con los infractores. Los corintios podrían jactarse de ser
muy amorosos cuando convivían con el pecado, y Pablo les dijo por el Espíritu
Santo, “Y vosotros estáis envanecidos… No es buena vuestra jactancia” (1
Cor. 5:2,6). Los corintios eran faltos de amor (cf. 1 Cor. 13:4-7).
El pueblo de Dios ha sido llamado a mantener y promover la
unidad del Espíritu (Ef. 4:1-3) en total subordinación a la palabra de Cristo (Ef.
4:11-16), “siguiendo la verdad en amor” (Ef. 4:15). Cada cristiano sabe
que el Señor oró por esta unidad (cf. Jn. 17:6,8,14,17,20,21) y murió para
hacerla posible (cf. Ef. 2:13-16). Pero, los desobedientes presionan la
división por falta de amor (1 Jn. 1:6,7; 2:5).
El amor no convive con la desobediencia (1 Jn. 2:5). El amor aborrece
lo malo (Rom. 12:9). El amor no se goza de la injusticia (1 Cor. 13:6).
“Porque este es el amor de Dios: que
guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:3).