El rumbo de la iglesia local

 


Por Josué I. Hernández

 
A medida que la iglesia local trabaja para edificarse, se encuentra en un estado de transición constante (cf. Ef. 4:12; 2 Tim. 2:2). Es decir, la iglesia no permanece estática, tiene un rumbo, y por lo tanto, se dirige a un futuro. Por ejemplo, veamos el caso de la iglesia en Éfeso, la cual pasó de la infancia (Hech. 19:1-7) a la madurez con ancianos (Hech. 20:17,28). Posteriormente, la iglesia en Éfeso pasó por alguna agitación y apostasía (Hech. 20:29-31; Apoc. 2:4).
 
Piénselo, ¿en qué estado se encontraba la iglesia local hace unos años? ¿En qué estado se encuentra ahora? ¿Hacia dónde se dirige? Podemos tener una idea general del rumbo en el que se encuentra la iglesia.
  
Enfocando el futuro
 
Cada miembro será, algún día, un “ex miembro”, porque morirá (2 Tim. 4:6), se mudará (Hech. 18:1,2; 1 Cor. 16:19) o se apartará de la fe (cf. 1 Cor. 10:12; 1 Tim. 1:20; 2 Tim. 4:10). Sabemos que circunstancias abrumadoras pueden esparcir a los miembros de una iglesia (Hech. 8:1,4; cf. Mat. 24:7; Hech. 18:2).
 
Sin embargo, hay esperanza, porque entre los miembros futuros de la iglesia están los niños, aquellos que crecen instruidos por padres piadosos (cf. 2 Tim. 3:15; Tito 1:6); los miembros actuales, aquellos que están creciendo y dando fruto (Fil. 2:12-16); los hermanos de otras iglesias, que eventualmente podrían mover su membresía con nosotros (cf. Hech. 18:1,2; 1 Cor. 16:19); los nuevos conversos, que ponen su membresía con nosotros (Hech. 9:26); los hermanos restaurados, que vuelven a Cristo (cf. 2 Cor. 2:7,8; Sant. 5:19,20). 
 
La palabra de Dios
 
La palabra de Dios hace la diferencia, porque la palabra de Dios es eficiente (Is. 55:10,11; Heb. 4:12), para regenerarnos (cf. 1 Ped. 1:22-25; Sant. 1:18), para hacernos crecer (1 Ped. 2:1,2; 2 Tim. 3:16,17), para salvar nuestras almas (Hech. 20:32; Sant. 1:21). Es la palabra de Dios la que logra acrecentar y fortalecer a las iglesias (cf. Hech. 9:31; 1 Tes. 2:13; 2 Tes. 2:15-17). ¡El evangelio sigue siendo el poder de Dios para salvación (Rom. 1:16,17)! 
 
Debemos recibir la bendita semilla con corazón bueno y recto (Luc. 8:15; Hech. 2:41; 17:11), con mansedumbre (Sant. 1:21), y como bebés recién nacidos (1 Ped. 2:2), a la vez que la sembramos con fe (Luc. 8:11,15).
 
Dios dará el crecimiento (1 Cor. 3:6), mientras trabajamos con paciencia (cf. Sant. 5:7).
 
Conclusión
 
Debido a que la iglesia local está en constante transición, y el futuro es incierto, y sólo el Señor lo conoce, debemos esforzarnos para permanecer fieles (3 Jn. 1:4; Apoc. 2:10), edificándonos (1 Tim. 1:5; Jud. 1:20) y evangelizando colectivamente (1 Tes. 1:8) e individualmente (1 Ped. 3:15).