Por Josué I. Hernández
Los verdaderos cristianos tienen el matrimonio como cosa honrosa (Heb. 13:4), y aman activamente a su cónyuge, siendo sal de la tierra y luz del mundo en su matrimonio primero (Mat. 5:13,16). Los verdaderos cristianos procuran cada día ganarse a su cónyuge (cf. 1 Cor. 7:16; 1 Ped. 3:1).
Lucas nos informa
que “los discípulos” (gr. “mathetes”), es decir, los alumnos y
aprendices del Señor, fueron llamados “cristianos”, es decir, “seguidores
de Cristo” (Hech. 11:26). Ellos guardaban todas las cosas que Cristo había
mandado, y el nombre sagrado lo llevaban sobre sí con gran honor.
Ciertamente, el cónyuge malo y negligente no es un verdadero seguidor de Cristo, es decir, no es un cristiano. Su desobediencia lo demuestra. Cristo dijo, “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mat. 28:20), pero el desobediente no está dispuesto a obedecer la conducta matrimonial que demanda el Señor (Mat. 19:4-6; Ef. 5:22-33; Col. 3:18,19; Tito 2:4,5; 1 Ped. 3:1-7; cf. 1 Cor. 7:12-16). Entonces: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Luc. 6:46).
Cristiano no es
solamente el que se bautizó (Mar. 16:16; Hech. 2:38,41). El cristiano es un discípulo
(Hech. 11:26); y un discípulo es un aprendiz, un alumno, un imitador de su
maestro. Cristo dijo, “aprended de mí” (Mat. 11:28-30), y también dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos” (Jn. 8:31,32).
Ciertamente, el cónyuge malo y negligente no es un verdadero seguidor de Cristo, es decir, no es un cristiano. Su desobediencia lo demuestra. Cristo dijo, “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mat. 28:20), pero el desobediente no está dispuesto a obedecer la conducta matrimonial que demanda el Señor (Mat. 19:4-6; Ef. 5:22-33; Col. 3:18,19; Tito 2:4,5; 1 Ped. 3:1-7; cf. 1 Cor. 7:12-16). Entonces: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Luc. 6:46).
El cristiano
es uno que estudia y aprende de su Maestro Jesucristo, para seguir su ejemplo
(cf. 1 Ped. 2:21) y permanecer en sus palabras, persuadido por el evangelio (Hech. 26:28), y dispuesto a sufrir por
su fe (1 Ped. 4:15,16).