Aburrido en el sermón



Por Josué I. Hernández 

 
"No podemos quedarnos quietos por largos períodos de tiempo sin aburrirnos. Somos activos, vivaces, y muchas cosas ocupan nuestra atención. Las redes sociales y los programas de televisión nos encantan. Por lo tanto, si la adoración no nos mantiene enfocados, nuestra mente divaga. Nuestra capacidad de atención es corta. Entonces, necesitamos sermones más cortos, si es posible, de veinte minutos. Sobre todo, necesitamos cantar más, y mejor aún si cantamos de pie. Necesitamos que los cantos ocupen más espacio y la predicación ocupe menos. La iglesia debe ajustarse a las nuevas necesidades de entretención. No queremos aburrirnos".
 
Respuesta al argumento
 
Las diversiones populares son un ejemplo de la capacidad de atención que podemos usar si algo nos interesa. Un partido de futbol dura noventa minutos. Las películas más “taquilleras” duran más de dos horas. ¿Cuánto duran las telenovelas? Evidentemente, el problema no es el tiempo. El problema está en la preferencia y las prioridades. Piénselo, ¿cuánto dura la eternidad? Si la idea de una “aburrida reunión” le molesta, a menos que cambie su forma de pensar, nunca experimentará la eternidad con Dios.
 
Los hermanos en Troas recibieron un “largo sermón” que se alargó hasta la medianoche (Hech. 20:7). En aquella ocasión solo uno se durmió, Eutico (Hech. 20:9). No, no se equivoque, dormirse en la reunión no es un “ejemplo aprobado”.
 
El pueblo de Dios del tiempo de Esdras y Nehemías “y de todos los que podían entender”, permanecieron “atentos al libro de la ley”, “desde el alba hasta el mediodía”, y luego se regocijaron “porque habían entendido las palabras que les habían enseñado” (Neh. 8:1-12).
 
Debemos reconocer que “la palabra de Dios es viva y eficaz” (Heb. 4:12), para producir fe (Rom. 10:17), consuelo y esperanza (Rom. 15:4). La palabra de Dios tiene el poder para hacernos renacer (Sant. 1:18), para santificarnos (Jn. 17:17), para hacernos crecer (1 Ped. 2:2), y salvar nuestras almas (Sant. 1:21).
 
 
“Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hech. 20:32).