El libro Rut cuenta una historia inspiradora acerca
de la fe persistente de unos pocos, en un contexto social decadente, cuando en la nación de Israel “cada
uno hacía lo que bien le parecía” (cf. Jue. 21:25; Rut 1:1). En cada
capítulo del libro un personaje toma la iniciativa, ya sea Rut, Noemí o Booz.
Sin embargo, el héroe de la historia es Dios. Todo comienza con una hambruna, la cual
motivó a varón hebreo llamado Elimelec, a migrar junto a su esposa e hijos,
abandonando Belén, a través del Jordán, y llegando a la tierra de Moab. Allí,
los hijos de Elimelec se casaron con mujeres moabitas, una de las cuales fue
Rut. Eventualmente, tanto Noemí como Rut enviudaron y regresaron a Belén. La magnífica suplica de Rut, una súplica
abnegada y motivada por la fe en Jehová (1:16,17) es un ejemplo notable de la
clase de persona que llegó a ser. Semejante compromiso de Rut solamente se
explica por la fe, la cual viene por la palabra de Dios (Rom. 10:17). Ella se
había convertido “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero”
(cf. 1 Tes. 1:9). Rut no se quedaría sin cumplir su compromiso,
y fue a buscar en los campos un medio de sustento para ella y Noemí. Mientras
trabajaba diligentemente en los campos, conoció a quien sería su marido, Booz.
Al final del libro Rut y Booz están casados y bendecidos con un hijo, Obed,
quien llegó a ser el abuelo de David, de quien vino Jesucristo nuestro Salvador
(Mat. 1:1,5,6). Hay lecciones maravillosas que podemos
aprender de esta magnífica historia, entre ellas sobresalen el amor de Dios, su
divina providencia y la necesidad de redención. El amor de Dios. Dios ama a la
humanidad, no solo a los judíos. Dios también ama a los gentiles. Para nuestra
sorpresa, el amor de Dios por los gentiles se demuestra en un tiempo en el cual
la nación de Israel es el pueblo especial a través del cual vendría Jesucristo. Rut era descendiente de Lot, el sobrino de
Abraham, y, por lo tanto, Rut era una gentil. Es digno de mencionar que la
madre de Booz era una cananea, ¿recuerda a Rahab? Aunque Rut y Rahab no eran
judías, llegaron a tomar un lugar en la genealogía de Jesús de Nazaret, el
Salvador del mundo. Dios había elegido a los judíos como los
integrantes de su pueblo especial a través del cual su santo Hijo vendría. El
hecho de que hay gentiles en la genealogía de Jesucristo es evidencia de que Dios
es Señor del mundo. El único Dios verdadero no está restringido a una etnia o
sociedad. Esto señala el momento en el cual todas las naciones podrían escuchar
el evangelio y ser unidas en Cristo (cf. Mat. 28:18; Ef. 2:13-22). La divina providencia. La historia del libro
Rut demuestra el funcionamiento de la divina providencia del Señor. Cuando Rut fue
a espigar en los campos de trigo, la Biblia dice “y dio por casualidad con
la parte del campo que pertenecía a Booz, que era de la familia de Elimelec” (Rut
2:3, VM). Una casualidad, es decir, una combinación de circunstancias que no se
pueden prever ni evitar, sin embargo, fue una clara configuración del curso de
eventos por manos invisibles. A pesar de su libre albedrío, sus pasos fueron
guiados divinamente a cierto campo, para que el buen propósito de Dios se
llevara a cabo. Rut, como
extranjera en Belén, no conocía personas ni propiedades, podría haberse topado
con campos de dueños extraños y hostiles, pero esto no sucedió. Sin saberlo, la
moabita temerosa de Dios entró en el campo de uno que era de la familia de
Elimelec. Qué gran
tributo a Rut, a quien Dios honró por sobre toda otra doncella de Israel en
aquel preciso tiempo. Booz el
redentor. Booz es un tipo apropiado de Cristo. Booz
era el pariente redentor (heb. “goel”), un pariente cercano con el poder de
redimir (Rut 3:9). La función del pariente redentor se ilustra en Rut 4:5, “Entonces
replicó Booz: El mismo día que compres las tierras de mano de Noemí, debes
tomar también a Rut la moabita, mujer del difunto, para que restaures el nombre
del muerto sobre su posesión”. Sin duda
alguna, Booz, como el pariente redentor, es un tipo del redentor de la
humanidad que vendría. Cristo se ha hecho nuestro pariente en cuanto a la carne,
y no se avergüenza de llamarnos hermanos (Heb. 2:11,14). Ciertamente, “Bendito
sea el Señor, Dios de Israel, porque nos ha visitado y ha efectuado redención
para su pueblo” (Luc. 1:68, LBLA). En Cristo
tenemos “redención por su sangre, el perdón de pecados
según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7). Así, pues, en el más amplio y
perfecto sentido, Jesucristo es nuestro pariente redentor.