Benevolencia y evangelismo

 


Por Josué I. Hernández

 
La Biblia es una colección de escritos sagrados destinados a servir como guía para la iglesia del Señor (cf. Rom. 15:4; 2 Tim. 3:14-17). En general, la mayoría de los estudiantes de la Biblia están de acuerdo con esto. Sin embargo, mientras muchos estudiantes de la Biblia hacen aplicaciones morales, pocos creen que la organización y obra de la iglesia local deban ajustarse a lo que la Biblia enseña. Para la mayoría “no hay patrón para la organización y obra de la iglesia local”. Con este prejuicio leen las sagradas Escrituras.
 
El pueblo de Dios es único en comparación con las denominaciones de la llamada “cristiandad”. Los cristianos creen que la división religiosa es mala y condenable (cf. Jn. 17:20,21; 1 Cor. 1:10) y no participan de las tradiciones humanas que contradicen la palabra de Dios (cf. Mat. 15:8,9; Col. 2:8). En fin, los cristianos creemos que la solución a la división religiosa es la obediencia a la palabra de Cristo (cf. Mat. 28:18; Jn. 12:48; Col. 3:16), y que la unidad es la consecuencia de la obediencia (cf. 1 Jn. 1:7).
 
La Biblia revela todo lo que una iglesia necesita saber para hacer su obra de benevolencia y evangelismo. Este patrón revela la sabiduría de Dios (cf. 1 Cor. 4:17; 2 Tim. 1:13; 2:2).
 
Benevolencia
 
Cuando hablamos de la “benevolencia” nos referimos a la misericordia que cubre la necesidad de alguno. La benevolencia no es solo la disposición para hacer el bien, sino el acto de bondad mismo que cubre la necesidad. El Nuevo Testamento hace evidente que las iglesias del Señor estaban involucradas en la benevolencia, una benevolencia limitada a “los santos” en necesidad.
 
La iglesia en Jerusalén cubrió la necesidad de los miembros (Hech. 2:44,45) que se quedaron en Jerusalén en lugar de volver a las tierras de donde venían (cf. Hech. 2:5; 4:32-37). A su vez, otros miembros de la iglesia, motivados por el amor de Cristo, vendían sus posesiones y traían el precio de lo vendido “a los pies de los apóstoles”. Por supuesto, esto no era comunismo, sino generosidad personal (Hech. 5:4).
 
La iglesia local fue encargada de atender regularmente a sus viudas (Hech. 6:1-6). Los requisitos para tal apoyo regular son revelados en 1 Timoteo 5:3-16.
 
Cuando una iglesia no pudo socorrer a necesitados entre sus propios miembros, otra iglesia ayudó (Hech. 11:27-30). La iglesia en Antioquía de Siria socorrió directamente a santos en varias congregaciones de Judea, enviando directamente dinero a los ancianos de cada una de estas congregaciones (Hech. 11:30). Pablo se esforzó para organizar a varias iglesias para que cada una enviara socorro a los santos necesitados en Jerusalén (cf. Rom. 15:26,27; 1 Cor. 16:1-4).
 
La Biblia autoriza a las iglesias a que dirijan su benevolencia a “los santos” (1 Cor. 16:1). No hay autorización para que las iglesias dirijan su benevolencia a “los no santos también”. En el primer siglo se enseñó que cada cristiano, de su bolsillo, hiciera bien a todos según tuviese la oportunidad (Gal. 6:10; cf. Ef. 4:28), mientras que la iglesia no fue responsabilizada por aliviar la necesidad de los incrédulos. No hay ningún ejemplo en las sagradas Escrituras de iglesias de Cristo socorriendo a los necesitados que no son “santos”.
 
La benevolencia que una iglesia de Cristo debe observar ha sido limitada por Dios. Sencillamente, hay responsabilidades que no deben ser puestas sobre la iglesia (1 Tim. 5:16). El Espíritu Santo indicó cuáles cristianos deben ser socorridos y cuáles no (cf. 1 Tim. 5:4,16). En el primer siglo, no todo cristiano fue objeto de benevolencia.
 
Evangelismo
 
Cuando hablamos de “evangelizar” nos referimos a comunicar las buenas nuevas de salvación en Cristo, exponiendo al mundo el mensaje del evangelio. En el Nuevo Testamento, el sustantivo griego para “evangelio” tiene la forma verbal que se traduce “predicar” o “predicar las buenas nuevas”, lo cual es “predicar el evangelio”. La iglesia local es “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15; cf. Ef. 1:13). No es sorpresa, en consideración de lo anterior, que cada iglesia local se esforzó por exponer al mundo la verdad del evangelio (cf. 1 Tes. 1:8).
 
Los primeros cristianos difundieron la palabra con asombrosa diligencia (Hech. 6:7). Esto no siempre involucró a un predicador. Todos se esforzaron por predicar (Hech. 8:4). Por supuesto, los predicadores difundían las buenas nuevas (Hech. 8:5) conforme al plan de Dios (cf. 2 Tim. 4:2,5; Ef. 4:12,16; 2 Tim. 2:2).
 
Los predicadores consiguieron su sustento de diferentes maneras. Por ejemplo, Pablo trabajaba noche y día para sostenerse a sí mismo (cf. Hech. 18:3; 1 Tes. 2:9; 2 Tes. 3:7-9), salvo cuando consiguió apoyo de iglesias que le ayudaron (2 Cor. 11:7-9).
 
La iglesia local está autorizada para apoyar la predicación del evangelio al sostener a predicadores (1 Cor. 9:4-14). Pudiendo, incluso, enviar apoyo a un predicador que trabaja en otra área (Fil. 4:15,16; 2 Cor. 11:8). Sin embargo, nunca una iglesia envió dinero a otra iglesia para que esta última evangelizara. Tampoco leemos en el Nuevo Testamento de alguna iglesia enviando dinero a una organización separada para que esta última se encargase de la evangelización. Simplemente, en el Nuevo Testamento no hay organización más grande, o más pequeña, que la iglesia local.
 
En resumen, la iglesia local no está autorizada para:
  • Recibir dinero de otras iglesias para un proyecto evangelístico.
  • Enviar dinero a una iglesia que patrocine un proyecto evangelístico.
  • Usar la benevolencia como señuelo, o carnada, que atrape nuevos cristianos.
 
Conclusión
 
El modelo de Dios deja a cada iglesia con una responsabilidad respecto a la benevolencia y la evangelización, y cada iglesia debe cuidarse de obedecer lo que demanda el Señor Jesucristo.
 
La cuestión sencillamente es la siguiente, “¿qué ha autorizado Dios como obra de la iglesia local?”. Sin duda alguna Dios ha querido dar a la iglesia una obra conforme a su sabiduría eterna. ¿Confiamos en la sabiduría de Dios?