Socialismo y Comunismo

 


Por Josué I. Hernández

 
Básicamente, el socialismo es la transición hacia el comunismo. Bajo el socialismo, todos los bienes y los medios de producción son propiedades controladas por la sociedad (la comunidad, colectividad). Por supuesto, sin el libre mercado de la oferta y la demanda, alguna persona o grupo de personas tendrá que planificar la economía. Esto abre la puerta a la planificación central de las formas totalitarias comunistas o algún tipo de gobierno similar.
 
Para la planificación central del trabajo, todos los miembros de la colectividad tendrán que permitir a los planificadores el tomar todas las decisiones acerca de lo que debe ser producido, cultivado, fabricado, etc. En esto, los planificadores también deben poseer el derecho a decidir qué cantidad de cada artículo se producirá y por cuánto tiempo. Por lo tanto, no es de extrañar que en el pasado, los errores de cálculo, la ineptitud, la ineficacia y la indiferencia, por parte de los planificadores, haya resultado en la muerte por inanición de millones de personas.
 
Así también, hay que señalar, que el socialismo proporciona el poder suficiente a la clase dominante para dirigir la violencia y la persecución contra las amenazas potenciales contra el sistema, y todo esto es patrocinado por el gobierno central. La historia contiene muchos ejemplos de ese tipo de persecución dirigida contra personas sobre la base de las diferencias políticas, étnicas y religiosas. Junto con los millones de personas que han muerto de hambre debido a las políticas socialistas, millones de personas han sido deliberadamente asesinadas por su forma de pensar. Evidentemente, el socialismo no proporciona “libertad” sino la “esclavitud a una clase dominante”.
 
Los años de experimentos con sistemas económicos socialistas sólo han terminado en fracaso y tragedia. El fascismo, el nazismo, y el comunismo confiaron en las ideas fracasadas del socialismo y de la evolución darwiniana. Sus fracasos catastróficos están documentados en el libro de Igor Shafarevich “El Fenómeno Socialista”, el libro de Ludwig von Mise: “Socialismo”, y el de Joshua Muravchik: “El Cielo en la Tierra: El Surgimiento y Caída del Socialismo”, entre otros.
 
Pero, a pesar de la historia, en cada generación, están los idealistas que abrazan el socialismo. Su sueño utópico les impide aceptar la evolución lógica del socialismo al comunismo. Pero, Marx, Engels, y otros, bien entendieron la inevitabilidad de esta transición, y la historia contiene muchos ejemplos trágicos de tal transición. Desde los escritos de Marx y Engels, muchos países han experimentado con diversas formas de socialismo, y fracasaron. Sin embargo, incluso con esta historia, todavía hay personas, y de naciones, que están dispuestos a intentarlo de nuevo. El orgullo de varios ciegos los lleva a creer que el socialismo sólo funcionará si ellos son los que lo ejecutan. Su razonamiento es que el socialismo ha fracasado en el pasado sólo porque las personas equivocadas lo han proyectado.
 
Es importante que todo estudiante de la Biblia aprenda de ella como el socialismo y el comunismo contradicen el modelo económico de Dios.  Según las Escrituras, Dios ordenó funciones específicas para el gobierno (Rom. 13:3,4, 1 Tim. 2:2, 1 Ped. 2:14). Las funciones que Dios ha delegado al gobierno no involucran la intervención de la propiedad privada ni el control de la economía.
 
La Biblia no enseña el socialismo ni el comunismo, una verdad evidente hasta para Engels, quien escribió “Si unos pocos pasajes de la Biblia pueden ser favorables al comunismo, el espíritu general de su doctrina es, no obstante, totalmente opuesto a éste” (Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works, 40 vols. New York, NY: International Publishers, 1976).
 
La propiedad privada
 
Todo buen estudiante de la Biblia sabe que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento promueven y enseñan acerca de la propiedad privada y de la libre gerencia de la propiedad personal (ej. Gen. 23:13–20; Rut 2; Sal. 112; Prov. 31; Is. 65:21–22; Jer. 32:42–44; Luc. 12:13–15; Hech. 5:1–4; Ef. 4:28). Considérese, además, que en varios pasajes de las Escrituras se menciona el deber de la restitución (Ej. Ex. 22:1), y el propio mandamiento “no hurtarás” (Rom. 13:9) es una declaración elocuente que afirma el derecho a la propiedad privada.  Y, es muy obvio, por lo tanto, que la propiedad privada es un derecho otorgado por Dios, y la administración de ésta es una responsabilidad dada por Dios al hombre.
 
Nuestro derecho de poseer propiedades proviene de nuestro deber de trabajar. Dios dijo a Adán “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gen. 3:19).  Sin embargo, Dios misericordiosamente permite que el duro trabajo sea recompensado con propiedades personales (Sal. 126:6). Por lo tanto, la existencia misma de la propiedad privada estimulará la diligencia y productividad del hombre (“La mano negligente empobrece, más la mano de los diligentes enriquece”, Prov. 10:4). Por el contrario, en el plan de Dios, “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tes. 3:10).
 
En fin, la Biblia enseña que los trabajadores merecen su paga, y aquellos que trabajan duro deben ser recompensados, mientras que los perezosos permanecerán pobres por su propia decisión (Prov. 10:4, 14:23; Luc. 10:7).
 
“La mayordomía bíblica ve a Dios como el Propietario de todas las cosas (Sal. 24:1) y al hombre—individualmente y colectivamente—como Su mayordomo. Cada persona es responsable ante Dios por el uso de cualquier cosa que tenga (Gen. 1:26–30; 2:15). La responsabilidad de cada persona como mayordomo es maximizar el rendimiento de la inversión del Propietario, utilizándolo para servir a otros (Mat. 25:14–30)” (E. Calvin Beisner, Prosperity and Poverty: The Compassionate Use of Resources in a World of Scarcity). 
 
Sólo en una sociedad que permite la propiedad privada, el individuo podrá utilizar su propiedad para servir a otros (1 Tes. 4:11-12; Ef. 4:28). Cuando entendemos la propiedad privada en el contexto de la mayordomía bíblica, podremos concentrarnos mejor en nuestra necesidad de trabajar y de servir a otros, en lugar de acumular más y más para nuestros propósitos egoístas. En este sentido, y en el plan de Dios, la propiedad privada estimulará la sabia administración de los recursos (aunque sean escasos), mientras que la propiedad pública no proporciona tal estímulo al hombre.
 
La cosmovisión bíblica apoya la propiedad privada y la libre empresa. Por este motivo, los cristianos ven el trabajo como una virtud, no como “un vicio”. En cambio, los griegos y los romanos basaron su caso a favor de la esclavitud en la idea de que el trabajo era un vicio para el hombre, una opinión promocionada tanto por Aristóteles como por Platón.
 
La Biblia desaprueba el socialismo
        
Dada la conexión entre el socialismo y el ateísmo neto, y el desprecio general que los marxistas tienen de la religión, es sorprendente el esfuerzo de varios estudiantes de la Biblia por apoyar el socialismo, o afirmar incluso que Cristo fue comunista. Por ejemplo, algunos socialistas citan el libro de los Hechos, en los capítulos 2 y 4, pero sin tomar en cuenta el contexto y las circunstancias peculiares que se mencionan allí. 
 
En un esfuerzo por demostrar la redistribución de la riqueza un socialista citó Lucas 12:48, donde Cristo dijo: “porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá”. Sin embargo, el Señor Jesucristo jamás enseñó la redistribución del ingreso y/o el poder del gobierno sobre los ingresos personales de cada uno de los ciudadanos.
 
Otros han ido más allá, citando Mateo 5:40: “y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa”.  Con todo esto, los intérpretes socialistas muestras una pobre exégesis y la debilidad de su posición filosófica frente a la Biblia. Para aplicar Mateo 5:40, a un caso entre el gobierno y un ciudadano (aunque éste no es el contexto de la enseñanza de Cristo), el socialista necesita dejar al gobierno socialista como demandante frente a un acusado que pierde su indumentaria. Sin duda alguna, el acercamiento a la Biblia por parte de los socialistas no es honesto.  
 
Defectos del socialismo
 
1. La pérdida de la libertad personal. Al extinguirse la oferta y la demanda, la economía debe ser controlada por una persona o grupo de personas. Y con el fin de controlar la economía, esta persona o grupo de personas, debe controlar a los trabajadores (las personas). Por lo tanto, la pérdida de una economía de libre mercado está vinculada inexorablemente a la pérdida de la libertad personal de los individuos.
 
Hay razones lógicas por las cuales los comunistas no permiten la libertad de expresión. Los tiranos saben que cuando se permite la libertad en las áreas más pequeñas de la vida civil (pensamiento, arte, ocupación) entonces la gente deseará libertad de expresión en áreas más grandes (religión, familia, horario, residencia).  En una sociedad/económica planificada, éstas y otras varias decisiones son tomadas por la clase dominante.
 
Una economía controlada, funcionará si las personas están donde deben estar y haciendo lo que deben hacer. Cualquier desviación de este patrón tiene el potencial de afectar la salud y armonía de la colectividad, al punto de poner en peligro su propia existencia del modelo. Así, pues, la sociedad cede sus derechos civiles para que la colectividad funcione según el patrón de los planificadores.
 
Santiago 4:13 ilustra la libertad del individuo en la sociedad, según el modelo divino de una economía sana.  El hombre de este escenario elige el lugar donde quiere hacer negocios (“iremos a tal o cual ciudad”, LBLA), elige el tipo de trabajo que va a hacer (“haremos negocio”, LBLA), en busca de un beneficio de sus decisiones personales (“tendremos ganancia”, LBLA).  Pero, el socialismo neto, no permite al individuo el tomar tales resoluciones, y literalmente se incomoda con el beneficio que busca el comerciante de este pasaje.
 
En Filipos, Pablo y sus compañeros se encontraron con varias mujeres a la orilla del rio, donde se reunían para la oración. Entre las mujeres se encontraba Lidia, una “vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira” (Hech. 16:14).  Lidia era una mujer de negocios, y ejercía su libertad de moverse hacia nuevos mercados. Lidia, hasta este momento, poseía libertad económica y religiosa. Pero, el socialismo no permitiría a Lidia actuar como lo hizo. Sin embargo, según todas las implicaciones de las Escrituras, estas libertades individuales constituyen el entorno ideal “para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Tim. 2:2).
 
En su parábola de la gran perla, Jesús describió a un mercader de perlas quien habiendo buscado y hallado “una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mat. 13:45-46). Sin duda alguna, éste es un claro ejemplo de economía de libre mercado. El mercader de perlas hizo su propia decisión económica basada en su propia evaluación comparativa de los elementos involucrados. Estimó el valor de la “perla preciosa” como suficientemente justificado como para vender lo necesario para adquirir el capital para comprarla. Sin embargo, en el socialismo el individuo no puede actuar como este mercader, pues no posee la libertad de tomar tales decisiones.
 
La utopía socialista se basa en la noción del poder colectivo, pero no toma en cuenta la pérdida de las libertades individuales. Los argumentos a favor de una economía socialista suenan bien, sólo en teoría, pero en la práctica esclavizan a la colectividad.
 
2. La pérdida del libre albedrío. El socialismo es contrario a la naturaleza de Dios y a la naturaleza del hombre. Cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gen. 1:26-27), lo hizo perfecto, y en esta “perfección” estuvo involucrado el libre albedrío - el poder de elegir. Y, los buenos estudiantes de la Biblia reconocen el libre albedrío del ser humano en toda la historia bíblica y lo ven aplicado en cada decisión del diario vivir.  Es muy evidente que siempre hacemos diversas elecciones, desde amistades a puestos de trabajo, desde la ropa que usaremos hasta los vehículos que conduciremos, etc.  En fin, el libre albedrío es la habilidad que tiene cada individuo para tomar sus propias decisiones.
 
El libre albedrío no es una habilidad solamente religiosa, es más bien la cualidad de la naturaleza humana que nos identifica y distingue, y que nos hace apreciar y anhelar la libertad de acción en todas las facetas de la vida.
 
Los socialistas odian la noción de “individualismo”, ya que pone de relieve la fuerza de lo individual sobre lo colectivo.  Bajo el socialismo y el comunismo, la libertad personal es sacrificada por el “bien mayor” del gobierno y la sociedad, o como dijo “Spock” (aquel personaje de la franquicia de ficción Star Trek, inicialmente interpretado por Leonard Nimoy) “las necesidades de la mayoría superan las necesidades de unos pocos”.
 
3. El desaliento. El modelo divino de lo que es una economía sana está diseñado sobre la base del “libre albedrío innato” del hombre.  Según las sagradas Escrituras, cada hombre es personalmente responsable de su propio sustento y el de su familia (1 Tim. 5:8).  Esta solemne responsabilidad proporciona un fuerte incentivo para trabajar y procurar el éxito en toda labor. Entonces, si se quiere comer se debe trabajar (2 Tes. 3:10).  Dicha resolución está sustentada desde el principio.  Dios dijo al hombre Adán “…con dolor comerás de ella todos los días de tu vida… Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado…” (Gen. 3:17, 19) y nótese que antes del pecado, Adán ya era responsable de trabajar: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Gen. 2:15). Así, pues, “El alma del perezoso desea, y nada alcanza” (Prov. 13:4) en cambio el hombre diligente será recompensado (Prov. 12:24; Ef. 4:28).
 
El socialismo es contrario al plan de Dios, porque en el socialismo el hombre perezoso es premiado al igual que el hombre diligente, cada uno recibe el sustento de la colectividad. Entonces, en el socialismo no hay mayor ventaja o esperanza de trabajar más duro, porque no hay verdadera justicia monetaria, la “recompensa” será la misma tanto para el diligente como para el flojo. Irónicamente, el socialismo procura un paraíso en la tierra, pero ya establecido el supuesto “paraíso”, se condena a la sociedad a un deterioro colectivo.
 
Las políticas redistributivas del socialismo aplastan los espíritus de los ciudadanos, como lo hace toda regla del socialismo. El espíritu empresarial se extingue por la excesiva regulación y los impuestos. El dinero es “confiscado” a los productores con el fin de satisfacer las necesidades y deseos de consumidores extranjeros o de los ciudadanos que viven premiados bajo la sombra del gobierno subsidiario.  A menudo, tales políticas contribuyen a la lucha de clases, cristalizando una división social entre responsables e irresponsables, entre productores de utilidades y consumidores de beneficios. Así, los productores se resienten de que los frutos de sus largas horas de trabajo y esfuerzo les son quitados para beneficiar a los ciudadanos que ningún esfuerzo están realizando en la labor. A su vez, los que toman los beneficios sociales viven molestos porque los productores y fabricantes poseen una riqueza que ellos no pueden tener. Una receta para el desastre social.
 
Si los sencillos principios bíblicos en cuanto a los impuestos fueran seguidos, la llamada “lucha de clases” se reduce considerablemente. Claro, siempre habrá gente envidiosa y codiciosa, pero no habría marco legal para alentar tales actitudes pecaminosas.
 
Bajo el modelo bíblico, los impuestos se deben pagar para proporcionar a las autoridades civiles la capacidad de castigar al que hace lo malo y proteger al que hace el bien (Rom. 13:3-7; 1 Ped. 2:14). Bajo el modelo divino, los contribuyentes pagan para que éste marco divinamente autorizado pueda ser aplicado por el gobierno. El sistema de justicia, la fuerza policial, la fuerza militar, los bomberos, los servicios de emergencia, son sólo algunas cosas que contribuyen al orden y la paz social, y es lógico que todos los ciudadanos beneficiados deban pagar cierto impuesto para garantizar las funciones gubernamentales ordenadas por Dios (Rom. 13:6-7). Entonces, cuando todos los ciudadanos tienen interés en el buen uso de su dinero, la lucha de clases queda minimizada frente a las posibilidades de progresar de acuerdo con el esfuerzo y capacidad personal.
 
4. La ignorancia del mérito en el trabajo. Diferentes personas tienen diferentes éticas de trabajo. La experiencia nos dice que algunas personas trabajan más duro, otras personas trabajan más inteligentemente, y otras personas trabajan por más tiempo. En cierta ocasión, el apóstol Pablo y sus compañeros estuvieron “trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno…” (1 Tes. 2:9).  
 
La Biblia describe a algunos como “perezosos” y “ociosos”.  “Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño?” (Prov. 6:9). “Como la puerta gira sobre sus quicios, así el perezoso se vuelve en su cama” (Prov. 26:14). “El deseo del perezoso le mata, porque sus manos no quieren trabajar” (Prov. 21:25).
 
En condiciones que le parezcan demasiado difíciles el flojo no trabajará: “El perezoso no ara a causa del invierno; pedirá, pues, en la siega, y no hallará” (Prov. 20:4). El hombre flojo se excusa para no cumplir con sus responsabilidades, incluso exagerando e imaginando obstáculos ridículos, “Dice el perezoso: El león está fuera; seré muerto en la calle” (Prov. 22:13; 26:13). Una persona así, jamás será digna de confianza, “Como el vinagre a los dientes, y como el humo a los ojos, así es el perezoso a los que lo envían” (Prov. 10:26), y no será digno de confianza porque “ni aun asará lo que ha cazado” (Prov. 12:27). Por estos motivos “El alma del perezoso desea, y nada alcanza” (Prov. 13:4). Los cretenses del primer siglo tenían la reputación de ser “glotones ociosos” (Tito 1:12).
 
En su parábola de los talentos (Mat. 25:14-30), el Señor Jesús describió a un inversionista que proporcionó diversas cantidades de dinero (talentos) a tres diferentes hombres en función de sus capacidades. Así, pues, el primer siervo recibió cinco talentos, el segundo recibió dos, y el tercero recibió un solo talento.  Los dos primeros hombres incrementaron las ganancias del dinero recibido, “Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor” (Mat. 25:18). A su regreso, el inversionista elogió a los dos inteligentes siervos, pero condenó al tercero por su pereza. El siervo perezoso, por su inutilidad, perdió la oportunidad que el dinero le había significado y fue echado “en las tinieblas de afuera” en “el lloro y el crujir de dientes” (25:30). Ciertamente, en un modelo socialista, el inversionista hubiera entregado a cada hombre la misma responsabilidad y cada cual hubiera tenido que proveer una ganancia común, pero bajo el modelo de Cristo cada persona obtiene beneficio de acuerdo con su propio nivel de trabajo, capacidad y compromiso.
 
5. El premio a la irresponsabilidad. Cuanto más alejado el hombre esté de una cosmovisión bíblica tradicional, menos responsable será y más dependiente de otros se volverá. En lugar de trabajar con sus propias manos (1 Tes. 4:11) comiendo su propia comida (2 Tes. 3:12) para ser independiente (1 Tes. 4:12), estas personas se vuelven dependientes e irresponsables, y comienzan a buscar en otros su sustento. Así es como, muchas personas moralmente responsables y capaces, hacen responsables de su vida a sus padres, las iglesias, las organizaciones benéficas y al gobierno. Lo cual debilita a la sociedad, dando lugar a un desmoronamiento económico.
 
Sin embargo, el apóstol Pablo, dijo por el Espíritu, que cualquier hombre que se niega a trabajar no debe comer (2 Tes. 3:10). Por favor, tenga en cuenta que estamos hablando aquí de individuos capaces. Las personas pueden debilitarse, ya sea física como mentalmente, y por lo tanto requerirán de la ayuda de otros para mantenerse. Así también, las personas pueden ser víctimas de una mala economía o de políticas gubernamentales perjudiciales, tales como un excesivo impuesto o confiscación de bienes al punto de destruir la oportunidad social y la libertad empresarial.  Es justo y bueno el ayudar a los discapacitados, a los enfermos, a los ancianos abandonados y a los huérfanos. Pero, el objetivo de estudio apunta a quienes teniendo la capacidad y la oportunidad evaden su responsabilidad por la simple flojera.
 
Ahora bien, la noción de “compartir” ciertamente suena bien, y la Biblia nos enseña a compartir con los que padecen necesidad (Ef. 4:28). Pero, la Biblia no demanda el compartir bajo presión o por la fuerza, el colectivismo no se enseña en la Biblia.
 
El verdadero amor no es de “palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Jn. 3:18). Por lo tanto, el verdadero amor se demuestra en los hechos generosos para con el prójimo necesitado (Luc. 10:30-37), y tal amor no puede ser impuesto sobre la población. Así, pues, el “compartir” del colectivismo no es el amor verdadero, ni la acción de buenos samaritanos, aun cuando el proceso se inicie con las mejores intenciones. El colectivismo rápidamente degenera en totalitarismo, donde alguien (algún líder carismático) pronto saldrá a tomar las decisiones de la colectividad.  Esto, por lo general, termina con la muerte de personas inocentes.
 
Las tres clasificaciones de Pablo en Efesios 4:28
 
El apóstol Pablo dijo a los Efesios, “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Ef. 4:28).
 
Según podemos leer, el apóstol Pablo identificó a tres clases de personas en el anterior pasaje de la Escritura:
  • El ladrón, que satisface su necesidad con la propiedad de otros.
  • El trabajador, que honrosamente satisface su necesidad a través de su propio trabajo.
  • El necesitado, que legítimamente requiere de la asistencia de otros para subsistir, cuya condición lo autoriza a buscar sustento de los demás.
Ciertamente, alguno podría llegar a ser un “necesitado” por su propia pereza o necedad. A pesar de ello, Pablo dijo a los tesalonicenses que, si uno no está dispuesto a trabajar que no coma (2 Tes. 3:10). Por lo tanto, y a diferencia del perezoso, la persona necesitada de Efesios 4:28 obviamente es digna de recibir ayuda de otros.
 
1. Tipos de robo. Cuando pensamos en “un ladrón”, por lo general pensamos en alguien que irrumpe en nuestra casa y roba artículos que puede utilizar o vender.  Sin embargo, un ladrón podría ser un astuto “gato” que irrumpe en nuestra propiedad de forma no violenta y que no representa una amenaza física inmediata.
 
La Biblia dice “No se desprecia al ladrón si roba para saciarse cuando tiene hambre” (Prov. 6:30, LBLA). Este pasaje no justifica el robo, aunque muestra que algunos ladrones son diferentes a los demás y que la reacción pública no es tan severa con todo tipo robo. Aquí se representa una circunstancia atenuante que podría ser considerada en un juicio frente a la administración de algún castigo.  El ladrón de Proverbios 6:30 es muy diferente a un invasor que no tiene respeto por la vida humana y daña a sus víctimas en el acto del robo. Así, pues, la palabra “ladrón” puede sugerir un ladrón común, pero debiéramos fijarnos en el robo institucionalizado.
 
El octavo mandamiento mosaico fue “No hurtarás” (Ex. 20:15) y la ley de Cristo afirma lo mismo sobre la propiedad privada “no hurtarás” (Rom. 13:9), lo cual presupone el derecho a la propiedad personal (si no fuera así no existiría el concepto de “robo”). Esta misma observación se repite en las palabras del apóstol Pablo en Efesios 4:28. Debemos trabajar en lo que es lícito y bueno para compartir con los que padezcan necesidad. Así, el trabajador posee los frutos de su labor personal que luego puede utilizar para sí mismo y para ayudar a otros.
 
El robo es malo porque menosprecia la propiedad privada. Una propiedad es de alguien ya sea por donación o como fruto de su propia labor. Sin embargo, el ladrón actúa como si él tuviese derecho sobre la posesión ajena.
 
En el socialismo y el comunismo el derecho divino de la propiedad privada es rechazado. Todos los medios de producción y el producto mismo son controlados por la colectividad, y la economía está centralizada hacia los líderes de la sociedad. El estado socialista confisca toda la riqueza personal y la redistribuye según lo juzgue adecuado.
 
Es fácil, para el buen estudiante de la Biblia, el ver que los sistemas comunistas y socialistas están basados en el robo institucionalizado. Tales sistemas están en contra de Dios y de su modelo divinamente revelado para una economía sana.  Ahora bien, el idealista puede argumentar que éste no es necesariamente el caso y que una economía socialista podría estar formada por el mutuo acuerdo de los miembros de la sociedad mediante un “contrato social”. Suena lindo, ¿verdad?
 
Si el gobierno confisca la riqueza de un grupo de personas y la distribuye a otro, obviamente su objetivo es lograr la paridad, o igualdad. En términos “modernos” a tal cosa se le dice “justicia social”. ¿No suena encantador? Como siempre, lo pecaminoso se oculta detrás de una hermosa etiqueta que no representa la realidad. Si bien ésta es una medida “social”, para nada es una medida “justa”. Es una tiranía el robar dinero de unas personas para distribuirlo a otras.
 
2. El valor del trabajo. Como se desprende de los pasajes anteriores, es la voluntad de Dios para los hombres el trabajar para mantenerse a sí mismos y ayudar con esto a los demás: “porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Tim. 5:8).
 
La anterior cita bíblica es una declaración interesante en vista de las consecuencias eternas de la incredulidad (Mar. 16:16; 2 Tes. 2:12).  La incredulidad condenará al hombre. El punto de Pablo es obvio, la negativa a apoyar a la propia familia es peor que la incredulidad. No importa si hablamos de un llamado “cristiano” o no.  La negativa a proveer para la propia familia, hace del hombre uno que es “peor que un incrédulo”.
 
Antes, citando Efesios 4:28, vimos que el trabajo permite atender a las propias necesidades y las de otros. Pablo mismo fue un ejemplo elocuente de esto, “Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido” (Hech. 20:34). “Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios” (1 Tes. 2:9).
 
Téngase en cuenta que no sólo Pablo y sus compañeros trabajaron duro y largas horas. Considere la parábola del patrón y los trabajadores de la viña (Mat. 20:1-16). Sabemos que la típica jornada de trabajo duraba 12 horas diarias (Mat. 20:8-14, 11+1=12). También sabemos que el judío trabajaba durante 6 días (Ex. 20:9). Entonces, podemos reconocer que el judío trabajaba 12 horas durante seis días, 72 horas semanales.
 
Mucha gente se queja de sus largas jornadas de trabajo semanal, pero sus actividades ni se acercan a las funciones de los trabajadores descritos anteriormente. Esto plantea la pregunta: ¿Quién inventó el concepto de horarios tan limitados? Ciertamente, tal idea no es bíblica. Por desgracia, muchos jóvenes han sido literalmente sometidos a un lavado de cerebro por una economía que evita el trabajar y procura establecer más y más descanso. Algunos, simplemente, se niegan a trabajar bajo las condiciones presentes, como si tuviesen alguna exención divina para trabajar, mientras descansan y son premiados.
 
La búsqueda de una mentalidad privilegiada y la pereza cultural no es una novedad en la historia de la humanidad. El apóstol Pablo citó a Epiménides, un profeta cretense, quien criticó (en el 600 A.C.) a su sociedad diciendo “Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos” (Ti. 1:12). Luego de confirmar la exactitud de la declaración de Epiménides, el apóstol dijo “Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe” (Ti. 1:13). La condición de Creta en el primer siglo bien demuestra como la falta de responsabilidad personal puede arraigarse en la cultura por siglos. La dependencia de otros se convierte en un vicio generacional. Lamentablemente, cada nueva generación puede llegar a manifestar más dependencia y pereza que la generación anterior. La condición se perpetúa si hay un gobierno y otras instituciones o personas que están dispuestos a subsidiar la flojera.
 
3. Los frutos del trabajo personal. Adán disfrutaría la producción de su propio sustento con “dolor” y “sudor” (Gen. 3:17-19). Pablo, sus compañeros, y los trabajadores de la viña, trabajaron largas horas para alcanzar la dulce satisfacción de gozar de los frutos del propio trabajo, listos para utilizar, compartir y disfrutar.
 
A pesar de la advertencia contra la fatiga inútil por adquirir lo material como un fin en sí, Salomón enseñó que uno debe tomar alegría y placer en su trabajo: “No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios”.  “…es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor”.   “Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?” (Ecles. 2:24; 3:13, 22).  Entonces, Salomón dijo que los frutos del trabajo son un regalo “de la mano de Dios”. Sin embargo, el socialismo priva al hombre de este regalo del Altísimo para dispersarlo entre otros hombres que no trabajaron para conseguirlo. Como ya dijimos antes, esto constituye un robo.
 
Delante de Dios, y según vemos en el registro sagrado, la producción (ganancia) lograda por el trabajo responsable del hombre, llega a ser del individuo que trabajó en ello.  Esto queda bien demostrado en el caso de Ananías y Safira (Hech. 5:1-11). Este matrimonio vendió una propiedad y dio parte de las ganancias al tesoro de la iglesia (Hech. 5:1-2). Para tragedia de ellos, mintieron diciendo que las ganancias ofrendadas eran el total de ganancias conseguidas con la venta, cuando en realidad era sólo una parte. Ellos no cometían ningún pecado al dar sólo una parte, como tampoco pecaron al poseer y vender una propiedad. Su pecado fue el de la mentira. Ellos mintieron acerca del porcentaje de dinero que habían ofrendado. El apóstol Pedro dijo a Ananías, “Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hech. 5:4).
 
Claro está, el caso de Ananías y Safira dejó bien claro como Dios condena la mentira y el engaño. Pero, la lección que se enseñan también es que los seres humanos tienen el derecho concedido por Dios de poseer y controlar sus propiedades. No obstante, el colectivismo adoctrina que todos los bienes, medios de producción, el producto y el ingreso serán propiedad de la colectividad. Así, pues, el control individual de la propiedad privada y los derechos civiles son entregados en las manos de los líderes de la colectividad.
 
Ni el socialismo, ni el comunismo se ajustan al modelo divino de los derechos y las responsabilidades individuales. El socialismo genera irresponsabilidad, mata la sana ambición y la productividad.
 
4. Ayudar a los necesitados. En los modelos de economía colectivista, los directores de la colectividad deciden cómo se gasta el dinero.  El lema de Karl Marx fue “para cada uno según su necesidad, y de cada uno según su capacidad”. Esto siempre suena muy bien, en teoría, pero para que sea implementado para un grupo de personas deben ser determinadas las clases (“capacidad” versus “necesidad”) y decidir los parámetros de redistribución.
 
Bajo las políticas del socialismo los “pobres” serán subsidiados con el fruto del trabajo de los demás. Como ya dijimos, el colectivismo toma la ganancia de una clase para darla a otra. Esto se logra a través de un código de impuestos progresivo, pero que favorece a unos en desmedro de otros. Entonces, a través de los impuestos onerosos, el gobierno redistribuye el dinero de la clase más rica a la clase más pobre, a través de una variedad de programas de asistencia social donde el dinero fluye entre múltiples capas de burocracia.
 
Bajo el modelo bíblico de una economía sana, el individuo decide cuánto dinero va a dar, a quien lo dará y cuándo lo hará. Esto nos trae de vuelta al principio del libre albedrío. Ya hemos aprendido que, en el plan de Dios, el hombre debe trabajar “haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Ef. 4:28). Así es cómo se puede cumplir con el mandamiento del Señor, quien dijo “Al que te pida, dale” (Mat. 5:42). El buen samaritano ayudo de su propio bolsillo a la víctima de un cobarde ataque, y dijo al mesonero (posadero) “Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese” (Luc. 10:35). “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gal. 6:10).
 
En cuanto a la colecta dominical, el individuo cristiano es llamado a dar de forma regular (“Cada primer día de la semana”, 1 Cor. 16:2), de manera personal (“cada uno de vosotros”, 1 Cor. 16:2), y de forma proporcional a los ingresos percibidos por como fruto del trabajo (“según haya prosperado”, 1 Cor. 16:2).  “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Cor. 9:7).
 
En fin, el acto de “dar” del colectivismo viola el principio de la libre voluntad según se enseña en las sagradas Escrituras.
 
 
El “dar” de Hechos 2 y 4
 
Algunas personas afirman que la Biblia promueve y alienta el socialismo y el comunismo. Ellos citan los actos de benevolencia del libro de los Hechos capítulos 2 y 4, como prueba de un estilo de vida comunista entre los primeros cristianos. Este erróneo argumento se hace principalmente torciendo el sentido de Hechos 2:44-45 y Hechos 4:32:
 
“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hech. 2:44-45).
 
“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hech. 4:32).
 
Se afirma, equivocadamente, que los primeros cristianos sostenían alguna forma de bienes mancomunados, en el que todos los bienes, la producción y los ingresos iban a un fondo colectivo que luego era distribuido por los controladores (los apóstoles) a la comunidad, de acuerdo con la necesidad de cada cual.  Estos errados exegetas, han comparado las condiciones de la iglesia primitiva con la doctrina comunista, la cual fue popularizada bajo el lema de Marx, que antes comentamos, “para cada uno según su necesidad, y de cada uno según su capacidad”.  Sin embargo, y debemos decirlo, los primeros cristianos jamás practicaron el marxismo. Tal interpretación de lo sucedido entre los primeros cristianos menosprecia la generosidad amorosa de los santos, y reduce su sacrificio a una mera obligación colectiva. Así, pues, el registro sagrado que presente un maravilloso ejemplo de amor sacrificial es secuestrado de su contexto para luchar por el establecimiento de un sistema de redistribución del ingreso. Entonces, con mucho gusto se puede distorsionar la historia sagrada si eso significa el avanzar en la agenda socialista. Por supuesto, todo buen estudiante de la Biblia notará la diferencia entre el socialismo y el amor cristiano, sin importar que muchos otros no están interesados sino en el progreso de su ideología a costa del abuso de la bendita palabra de Dios.
 
Como bien afirma Wayne Partain, “Esta práctica no tenía nada que ver con el comunismo; según este sistema político el gobierno confisca (roba) la propiedad privada y la reparte según su capricho. "Esto no era comunismo, sino el producto de algo que el comunismo no entiende" (Lenski). Lo que aquellos hermanos practicaban era simplemente la benevolencia voluntaria, ni más ni menos. No había distribución igual entre todos los miembros de la iglesia. Cuando los hermanos vendieron sus posesiones, no lo hicieron para que todos los discípulos tuviesen la misma cantidad de dinero y posesiones, sino que los nuevos santos de Jerusalén vendían sus propiedades y posesiones conforme a la necesidad de otros hermanos” (Notas sobre Hechos).
 
Observaciones importantes:
  • Hechos 2 describe un acontecimiento único en la historia, el establecimiento de la iglesia del Señor. Esto nunca volverá a suceder. Miles de piadosos se habían reunido en Jerusalén para observar las festividades judías cuando se enfrentaron al primer sermón del evangelio de Cristo que les invitaba a entrar al reino del Señor. Miles de ellos obedecieron el evangelio y se quedaron en Jerusalén sin volver a sus países de origen (Hech. 2:37-47). Su larga estancia en Jerusalén supuso una carga financiera excepcional a los judíos que residían en la zona. Entonces, los judíos nativos vendieron sus propiedades para ayudar a los nuevos hermanos en necesidad (Hech. 4:34). Las condiciones descritas, jamás se repetirán. Se debe considerar lo anterior al interpretar  los acontecimientos descritos en Hechos 2 y 4.
  • Los recursos fueron puestos “a los pies de los apóstoles” (Hech. 4:35; 5:2). Esta expresión de amor, implica organización y una tesorería, pero no la de un comité colectivista de la humana sabiduría. El dinero era para la obra de la iglesia del Señor (Hech. 5:11) y no para un sistema de gobierno comunista. El dinero fue distribuido bajo la mirada y supervisión de la iglesia, y no bajo la mirada de un consejo de planificación económica.
  • La gente vendía sus bienes con el fin de ayudar a sus hermanos necesitados (Hech. 2:44-45; 4:32-5:1). La Biblia define a una persona “necesitada” como alguien que carece de alimentos y ropa.  Pablo dijo “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Tim. 6:8), por lo tanto la ayuda involucraba ropa y comida, a la vez que la parábola del buen samaritano expande la benevolencia para que entendamos que también involucra asistencia médica y vivienda (Luc. 10:30-35).
Toda la ayuda descrita en los pasajes bajo consideración, fue proporcionada por las ofrendas voluntarias de los cristianos individuales. Las decisiones no fueron tomadas por la comunidad colectiva o por alguna comisión de gobierno socialista o partido político. Por lo tanto, los capítulos 2 y 4 de Hechos, nos enseñan grandes lecciones sobre el amor fraternal y la generosidad, ¡pero no enseñan nada de socialismo o comunismo!
 
Conclusión
 
El concepto de “participación comunitaria” suena como una gran idea; sin embargo, el socialismo y el comunismo no sólo tratan de ceder a la colectividad, sino que también involucran el control de la ganancia personal.
 
Las personas, a través de la historia, se han destacado por el deseo de controlar y regular a otros. Este control se procura desde el deseo de subordinar a un pequeño grupo, hasta el deseo de controlar el mundo. El socialismo busca controlar y regular los frutos del trabajo del hombre. Mediante el control de la producción, se puede llegar a controlar al trabajador.
 
Según la Biblia, Dios otorga a cada ser humano la posesión y control de los frutos de su propio trabajo. Como agentes libres, todos podemos utilizar la riqueza de manera que redunde para la gloria de Dios (Mat. 19:21; 2 Cor. 9:13) o podemos utilizarla para la búsqueda de los placeres más bajos (Luc. 12:16-21; 15:13; 16:19-24). Aunque Dios nos permite hacer la elección, él nos hará responsables de las decisiones que tomemos (2 Cor. 5:10).
 
Obviamente, el socialismo no sería tan atractivo si se aprendiera, de una vez, que sólo permite a unas pocas personas el controlar totalmente a la mayoría. Pero, hay una consideración más profunda, a la cual el socialismo apela: El deseo de ser cuidado y sustentado por otros.
 
Algunos se asustan al saber que son responsables de su propia vida y sustento propio. Así que, el socialismo les ofrece “la seguridad”, a costo de su propia libertad. El Estado se compromete a darle de comer cuando tiene hambre, a vestirlo cuando necesite ropa, a albergarlo cuando tenga frío, y curarlo cuando esté enfermo. Un “Estado niñera” de quienes nunca quieren independizarse a una vida adulta sana. Así, pues, a medida que el “niño” toma consuelo en los brazos del “gobierno”, es como el niño que se consuela en los brazos de su madre. No obstante, el comunismo y el socialismo son un engaño peligroso, a diferencia de una tierna madre que cuida de su pequeño hijo. El socialismo, en realidad, no tiene la capacidad de proveer el cuidado personal, su propósito es lo colectivo, no las necesidades de un individuo.
 
Los cristianos deben oponerse al socialismo y al comunismo. Estas filosofías son contrarias a la naturaleza de Dios y la naturaleza del hombre, y afectan drásticamente al individuo, a la economía y al gobierno.