Algunas iglesias están tan enfocadas en “la cantidad” que harán casi
cualquier cosa para aumentar el número en membresía y conversiones. Como
cristianos queremos que muchos sean salvos, y que las iglesias del Señor
crezcan en número, pero no a cualquier precio. Necesitamos reconocer que
hay cosas más importantes que los números. Veamos algunos ejemplos.
Favor de Dios
El apóstol Pablo escribió a los gálatas, “Pues, ¿busco ahora el favor
de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si
todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gal. 1:10). A los corintios, Pablo dijo, “Por tanto procuramos también, o
ausentes o presentes, serle agradables” (2 Cor. 5:9). Cuando complacemos a las personas, sin duda alguna, un mayor número de
simpatizantes tendremos. Sin embargo, complacer a la mayoría no es una marca de
fidelidad, “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de
vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas” (Luc. 6:26).
Predicación fiel
El apóstol Pablo escribió, “que prediques la palabra; que instes a
tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que
teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero
tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple
tu ministerio” (2 Tim. 4:2-5). La gente quiere cierto tipo de predicación, una predicación conformada a
sus deseos. Si averiguamos lo que la gente quiere oír y nos dedicamos a
predicar ese mensaje, aumentaremos el número. Pero, cambiar el evangelio lo
hace “diferente evangelio” (Gal. 1:6-9). No hay otro evangelio que salve
(Rom. 1:16).
Aborrecer el pecado
El Señor Jesús reprendía el pecado (cf. Mat. 15:7-14) y una mayoría se
ofendió y dejó de seguirlo (Jn. 6:60,66). Cuando las personas se ofenden, se
van. Esto lo sabemos. Para evitar que se vayan la tendencia es dejar de incomodarlos
con la necesidad de arrepentirse. Sin embargo, Dios manda a todos a que se
arrepientan (Hech. 17:30). No hay perdón sin arrepentimiento (Luc. 24:47). Debemos aborrecer “lo malo” (Rom. 12:9) y reprender “las obras
infructuosas de las tinieblas” (Ef. 5:11). En esto seremos como Dios (Apoc.
2:6).
Pureza
El Señor Jesucristo no tolera el pecado en sus iglesias (cf. Apoc. 2 y
3). Los corintios tenían a un fornicario en plena comunión y debían quitarlo (1
Cor. 5:1-13). Los tesalonicenses fueron amonestados a quitar a todo desordenado
(2 Tes. 3:6,14,15). “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo
esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2 Cor. 11:2). Una iglesia que no quita la levadura será leudada (1 Cor. 5:6-8), sea
grande o sea pequeña. Solo Dios sabe cuando una iglesia leudada por el pecado
deja de ser una “iglesia de Cristo” (cf. Apoc. 2:20-23).
Unidad
“Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo,
que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino
que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1 Cor. 1:10). En consideración de la autoridad de Jesucristo, los corintios debían
renunciar al egoísmo que producía tanta división. Ellos debían conformarse a la
doctrina de Cristo y seguir las instrucciones apostólicas (1 Cor. 4:17; 14:37).
La obediencia produciría la unidad.
Amor
“El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos
los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los
unos a los otros” (Rom. 12:9,10). ¿Serán
los números más importantes que el amor? El amor debe ser sincero, de corazón, no fingido ni dramatizado, hacia
Dios y Cristo (Mar. 12:29,30; 1 Cor. 16:22), hacia la palabra de Dios (Sal.
119:97), hacia los hermanos (1 Ped. 1:22), hacia todas las personas, como lo
hace Dios (cf. Mat. 5:45,48; Jn. 3:16). El amor se demuestra al odiar lo que es malo, “detestando el mal” (Rom.
12:9, JER). El amor también se demuestra en aferrarnos a lo que es bueno,
“detestando el mal, adhiriéndoos al bien” (Rom. 12:9, JER), “aborreced lo malo,
allegaos a lo que es bueno” (VM). El amor que uno debe a los hermanos es “amor fraternal”, “afectuosos”
(LBLA), “amándoos cordialmente” (JER).
Diligencia
“En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu,
sirviendo al Señor” (Rom. 12:11).
¿Podrán los números reemplazar el fervor y servicio diligente? Sin duda alguna,
ninguna de estas cosas pueden ser reemplazadas por los números. El fervor y el entusiasmo son clave para el éxito en la obra del Señor. Fue
la falta de estas cosas lo que causó problemas en la iglesia de Laodicea (Apoc.
3:14-16). El diligente entusiasmo es notorio cuando cantamos durante los servicios
de adoración, al apoyar los programas de enseñanza de la iglesia, en las
responsabilidades de la membresía en general, en el evangelismo personal. Los cristianos deben servir al Señor diligentemente: “como siervos de
Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios” (Ef. 6:6). “Y todo lo que
hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Col.
3:23).
Conclusión
Hay cosas mucho más importantes que los números. Es mejor estar bien con
Dios entre la minoría, que estar en contra de Dios con la mayoría (cf. Mat. 12:30).