Sin afecto natural



Por Josué I. Hernández

 
En Romanos 1:26-32, el apóstol Pablo enumeró los pecados de los gentiles. En esta atroz lista, encontramos la frase “sin afecto natural” (Rom. 1:31). Esto se refiere a una falta del “amor de parentesco, especialmente de los padres a los hijos y de los hijos a los padres” (Vine), es decir, un total menosprecio de los vínculos naturales y de las obligaciones que les corresponden. Es algo ampliamente documentado que el mundo grecorromano fue particularmente “sin afecto natural” respecto a los bebés.
 
“El apego de los padres a los hijos es uno de los más fuertes de la naturaleza, y nada puede vencerlo sino la maldad más confirmada y establecida. Y, sin embargo, el apóstol acusa a los paganos en general de la falta de este afecto. Sin duda se refiere aquí a la práctica tan común entre los paganos de exponer a sus hijos, o darles muerte. Este crimen, tan abominable a todos los sentimientos de la humanidad, era común entre los paganos, y lo sigue siendo. Los cananeos, se nos dice en Salmo 106:37-38, “Sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios, y derramaron la sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas, que ofrecieron en sacrificio a los ídolos de Canaán, y la tierra fue contaminada con sangre”. Manasés entre los judíos imitó su ejemplo e introdujo la horrible costumbre de sacrificar niños a Moloc, y dio el ejemplo ofreciendo los suyos; 2 Cron. 33:6” (Albert Barnes).
 
“Entre los antiguos persas era una costumbre común enterrar vivos a los niños. En la mayoría de los estados griegos, el infanticidio no solo estaba permitido, sino que la ley lo hacía cumplir. El legislador espartano ordenó expresamente que todo niño que naciera fuera examinado por los ancianos de la tribu y que, si se encontraba débil o deforme, fuera arrojado a una profunda caverna al pie del monte Taigeto. Aristóteles, en su obra sobre el gobierno, ordena la exposición de los niños que son naturalmente débiles y deformes, para evitar un exceso de población. Pero entre todas las naciones de la antigüedad, los romanos fueron los más implacables en su trato con los niños. Rómulo obligó a los ciudadanos a criar a todos sus hijos varones, y a la mayor de las hembras, prueba de que los demás iban a ser destruidos. El padre romano tenía un derecho absoluto sobre la vida de su hijo, y tenemos abundantes pruebas de que ese derecho se ejercía con frecuencia” (Ibíd).
 
Podríamos extender la lista hablando de los fenicios, cartagineses, chinos, hindúes, mayas, incas, etc., para llegar a la conclusión pavorosa de la falta de “afecto natural” en la historia de la humanidad. Sin duda alguna, la acusación de Pablo no puede considerarse una acusación sin fundamento.
 
Bajo la ley mosaica, Dios mandó castigar la interrupción del embarazo, “Si algunos riñeren, e hirieren a mujer embarazada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, serán penados conforme a lo que les impusiere el marido de la mujer y juzgaren los jueces. Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Ex. 21:22-25).
 
En el Salmo 139 David afirmó estar vivo mientras permanecía en el vientre de su madre, y su cuerpo no terminaba de desarrollarse (Sal. 139:13-16). De este pasaje aprendemos que la única diferencia entre un bebé por nacer y uno que ya ha nacido es la manera en que se alimentan y obtienen el oxígeno.
 
La Biblia nos informa de un embarazo no deseado que resultó en el homicidio de un inocente. ¿Recuerda el caso de David y la mujer de Urías el heteo (2 Sam. 11 y 12)? ¿Cuál fue la “solución” de David? La “solución” de David fue la misma que toman muchos fornicarios hoy en día, matar a un inocente para proteger al culpable.
 
La Biblia dice que “el camino de los transgresores es duro” (Prov. 13:15). Piense en la joven que decide abortar porque el bebé estorba sus planes egoístas. Años después duerme llorando al pensar en el niño que asesinó. Esta joven soltera representa a más del 80% de las madres que deciden matar a su bebé. 
 
Conclusión
 
No hay funerales ni ataúdes para los millones de bebés asesinados en el mundo, no hay lápidas sobre sus tumbas, ni un día en el calendario, o monumento, que los conmemore. Sus restos mortales son tratados como “basura” por las clínicas abortivas o como un “material” útil para algún experimento.
 
El aborto no es peor que los otros pecados enumerados por Pablo en Romanos 1:26-32. Todo pecado es terrible. Pero, gracias a Dios, hay perdón en Cristo Jesús para todo aquel que se arrepiente. El rey David, arrepentido de su lujuria y homicidio, habló de la misericordia de Dios en el salmo 51
 
“Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.
Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos,
Y los pecadores se convertirán a ti.”
(Sal. 51:7-13).