Por Josué I. Hernández
Cuando las cosas van mal, a menudo buscamos a
un responsable. “Esto no puede quedar así”, pensamos. “Alguien tendrá la culpa”,
discutimos. ¿Nos hace sentir mejor vernos a nosotros mismos como víctimas? ¿Es
por un sentido de justicia o por un deseo de venganza que exigimos que alguien
sea castigado? Creo que en más de algún caso es una expresión de frustración.
Comúnmente la pelota es lanzada de un lado a
otro, como en un partido de tenis, y aunque algunos tratan sinceramente de
encontrar formas de identificar al responsable, otros simplemente evitan toda
responsabilidad, dispuestos a mentir torciendo los hechos.
Este juego es peligroso. Un juego semejante
puede darnos una falsa sensación de inocencia. La Biblia es clara al especificar
que cada uno es responsable ante Dios por su conducta.
Cuando Dios confrontó a Adán por su pecado,
Adán culpó a Eva, “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y
yo comí” (Gen. 3:12). Eva, a su vez, culpó a la serpiente, “La serpiente
me engañó, y comí” (Gen. 3:13). Ambas declaraciones eran ciertas, a la vez
que implicaban una inocencia inexistente. Eva contribuyó a la desobediencia de
Adán, y la mentira de la serpiente condujo a Eva al engaño. Pero, Adán y Eva
eran responsables de su pecado. ¡Adán fue castigado, Eva también, al igual que
la serpiente!
El profeta Ezequiel vivió en días cuando la
nación de Judá estaba siendo llevada cautiva por los babilonios como castigo
por sus pecados. El pueblo de Judá culpó de su situación a sus padres, “¿Qué
pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que
dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la
dentera?” (Ez. 18:2). Dios no quería oír semejante argumento, porque toda
persona es responsable ante él, “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no
llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la
justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ez.
18:20).
La palabra de Cristo, el Nuevo Testamento,
enseña la misma verdad, “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios
cuenta de sí” (Rom. 14:12). “Porque es necesario que todos nosotros
comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que
haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Cor.
5:10).
Aprendamos a decir, “Yo
soy el responsable”.