Él sabía lo que había en el hombre

 


Por Josué I. Hernández

 
Una de las evidencias de la deidad de Jesús es su capacidad para conocer el corazón de las personas, él no suponía lo que la gente pensaba, ni trataba de adivinar las motivaciones. El Señor Jesucristo lo sabía todo. El apóstol Juan observó lo siguiente, “y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Jn. 2:25).
 
Cuando Felipe llevó a Natanael ante Jesucristo, el Señor le dijo, “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Jn. 1:47). Natanael estaba atónito, “¿De dónde me conoces?” (v.48). Entonces, el Señor le dijo, “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (v.48). Natanael asombrado exclamó, “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (v.49).   
 
Jesús le dijo a la mujer samaritana, “Ve, llama a tu marido, y ven acá” (Jn. 4:16). Ella respondió indicando que no tenía marido. Entonces Jesús le respondió, “Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad” (v.17,18).  La mujer asombrada respondió, “Señor, me parece que tú eres profeta” (v.19). Luego, ella dijo a sus paisanos, “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (v.29).   
 
Cuando Jesús sanó a un hombre paralítico diciéndole que sus pecados habían sido perdonados, algunos de los escribas razonaron en sus corazones que Jesús estaba blasfemando. Ellos entendían que Jesús estaba tomando para sí mismo una prerrogativa que solo le pertenece a Dios. Jesús les preguntó, “¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?” (Mar. 2:8,9). Al ver el milagro y escuchar a Jesús exponer a los escribas, los presentes quedaron atónitos y decían, “Nunca hemos visto tal cosa” (v.12).
 
Estando en Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas (Mat. 17:24). “Un impuesto equivalente a dos días de salario, aproximadamente, que era recolectado anualmente entre los hombres mayores de veinte años, para el mantenimiento del templo (Ex. 30:13-14; 2 Cron. 24:9)” (J. F. MacArthur). Pedro les respondió rápidamente “Sí” (Mat. 17:25). Esto lo hizo sin consultar a Jesús. Al entrar en la casa, Jesús habló primero a Pedro, y le dijo, “¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños?” (v.25-27). “Pedro le respondió: De los extraños” (Mat. 17:26). Entonces, el Señor le indicó la verdad más obvia que hasta el momento parecía tan oculta, “Luego los hijos están exentos” (v.26). Pedro había respondido por el Señor, y se había equivocado. Continuando con su corrección, el Señor le dijo, “Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti” (v.27). Dos milagros ocurrieron ante los ojos de Pedro.
 
Estos son algunos ejemplos de la deidad de Jesús. También son un recordatorio de que él sabe lo que estamos pensando, lo que estamos haciendo, lo que estamos hablando, cuáles son nuestras motivaciones, etc. Simplemente, no podemos ocultar nada al Señor. Su conocimiento de nosotros nos asegura que su palabra llegará para decirnos lo que debemos hacer, porque es lo que necesitamos escuchar. Su conocimiento nos asegura un juicio justo, “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb. 4:13).