Por Josué I. Hernández
Jesucristo quiere discípulos, por lo tanto, él dijo a los apóstoles, “Por
tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos… enseñándoles…”
(Mat. 28:19,20).
Un discípulo es un alumno, un aprendiz, un seguidor. Jesús quiere que le
sigamos, que le imitemos, que le dejemos vivir y reinar en nuestro corazón y en
nuestra vida.
El discipulado no es una creencia nominal o casual, no es un asunto emocional
respecto a Jesús. El discipulado es devoción de todo corazón. Al Señor
Jesucristo le preocupaba que la gente entendiera esto porque el costo del discipulado
es grande. Tanto así que Jesús explicó que el discipulado requiere amarlo a él
por encima de todo y de todos. El discipulado demanda seguir a Cristo hacia
donde él nos dirija, y soportar cualquier dificultad que eso implique,
renunciando a todo por él (Luc. 14:26,27,33). En otras palabras, el discipulado
es un compromiso total con Jesucristo.
La lección sobre el discipulado en Lucas 14 fue predicada mientras “Grandes
multitudes iban con él” (Luc. 14:25). Entonces, el Señor los desafió a
detenerse y pensar. Nunca el Señor quiso que de una vez “brincaran al redil”
sin saber lo que esto implica. El Señor Jesús ofreció dos ilustraciones sobre
la necesidad de calcular el costo, una en base a la construcción, otra, basada
en la guerra (Luc. 14:28-32). Debemos preguntarnos si estamos preparados y
dispuestos para lo que nos espera como discípulos de Cristo.
Algunos estudiantes de la Biblia ven un conteo de costos en estas dos
ilustraciones, enfatizando la frase “Así, pues” (v.33). En este caso, el punto
sería que el costo del discipulado es tan alto que requiere los mejores
materiales de construcción, o los mejores soldados para la guerra. Por lo tanto,
habría un elemento de costo y disposición a asumirlo dándolo todo por lograrlo.
En Lucas 9:57-62 se registra la enseñanza de Jesús para que los entusiastas
por ser sus discípulos entiendan en qué se están embarcando. A uno que dijo que
seguiría a Jesús a cualquier lugar, Jesús le respondió, “Las zorras tienen
guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde
recostar la cabeza”. A otro que dijo que seguiría a Jesús tan pronto como
terminara el funeral de su padre, Jesús le declaró, “Deja que los muertos
entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios”. Otro
prometió seguir a Jesús después de despedirse de su familia, y Jesús le dijo, “Ninguno
que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de
Dios”.
El Señor Jesucristo no quiere desalentarnos con la realidad del discipulado.
Estas declaraciones tienen la intención de advertirnos contra la falta de
determinación, fervor, y perseverancia. Ser discípulo de Cristo es asunto grave
que no puede ser tomado con frivolidad.
El costo del discipulado involucra perder. Perdemos lo que nos impide ser
discípulos verdaderos (Jn. 8:31). Sin embargo, el discipulado es ganancia, no
pérdida. Ningún precio es demasiado alto, cuando entendemos quien es Cristo y
apreciamos lo que en él ganamos, “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si
ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mat. 16:26).
“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como
pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor
del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:8).