¡Milagro!

 


Por Josué I. Hernández

 
Pedro dijo, “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis” (Hech. 2:22). El autor a los hebreos dijo, “¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad” (Heb. 2:3,4).
 
Hoy en día, la palabra “milagro” en general se usa de manera inadecuada. Para muchos un “milagro” es toda cosa sorprendente, ya sea encontrar las llaves perdidas, ya sea que el parto resultó rápido y sin problemas, o incluso, encontrar el empleo soñado. Esta manera de usar el sustantivo “milagro” quita eficacia al uso que la Biblia hace del concepto.
 
A la luz de las sagradas Escrituras, un milagro es una intervención sobrenatural en el mundo natural, de parte de Dios, y a pesar de la ley natural; de tal modo que todos pueden ver, oír y reconocer que un milagro ha ocurrido, y en lo cual Dios tiene un propósito específico. Por lo tanto, un milagro no era algo producto de la naturaleza y el esfuerzo humano, no era algo ordinario, común e insignificante. Había un propósito espiritual en ello.
 
Según la historia bíblica, los milagros tenían características distintivas, ocurrieron en períodos específicos, y dependían totalmente de Dios para propósitos definidos. Luego, cesaron por siglos.
 
Hay cuatro grandes períodos de actividad milagrosa en la Biblia:
  • Moisés y la liberación de Israel de Egipto.
  • Los días de Elías y Eliseo.
  • El cautiverio babilónico.
  • El ministerio terrenal de Cristo y el establecimiento de la iglesia.
 
Estos cuatro períodos fueron épocas de fuerte crisis y conflicto con las fuerzas del mal. En consecuencia, los milagros realizados tenían como fin último la victoria del bien sobre el mal en el avance del plan de redención de Dios. Los milagros no fueron fenómenos cotidianos que sucedían para garantizar el placer de los siervos de Dios.
 
La Biblia llama milagro (gr. “dunamis”; Mar. 6:2; Hech. 2:22) al fenómeno sobrenatural que enfatizaba la fuente tras el acto mismo, es decir, el poder divino que produjo el evento. A su vez, este milagro sería una señal (gr. “semeion”; Jn. 2:11; 6:35; 8:12; Hech. 2:22) que indicaba o señalaba cierta verdad, y sería un prodigio (“téras”; Jn. 4:48; Hech. 2:22) por el asombro que ocasionó.
 
El Nuevo Testamento identifica tres propósitos principales de los milagros:
  • Indicar la deidad de Jesús de Nazaret (Jn. 5:36; 10:37,38; Hech. 2:22).
  • Empoderar a los apóstoles y profetas mientras les revelaba su voluntad (Hech. 1:8; 8:18; Ef. 3:3-5; 1 Cor. 12:8-10).
  • Confirmar la palabra que estaba siendo revelada a través de los apóstoles y profetas (Mar. 16:20; Hech. 14:3; Heb. 2:3,4; cf. 1 Cor. 2:4,5; Gal. 3:5).
El apóstol Juan efectivamente resumió el lugar de los milagros cuando escribió, “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:30,31).

 
Por lo tanto, ¿cuál es nuestra respuesta a los milagros registrados en las sagradas Escrituras? ¿Crees en Jesús?