Recibir al Espíritu Santo

 
“Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero” (Hech. 8:17,18).


Por Josué I. Hernández

 
Hechos 8:4-24 registra la predicación de Felipe en Samaria. El texto nos informa que Felipe anunció a Cristo (v.5), y que hizo varias señales entre ellos (v.6), incluyendo la curación de paralíticos y cojos (v.7). Estas señales trazaron la diferencia entre Felipe y Simón, un mago que había asombrado a la gente de Samaria (v.9). Los que creyeron a la predicación de Felipe fueron bautizados (v.12) en el nombre del Señor Jesús (v.16). Simón también creyó y fue bautizado (v.13). Pero, el relato continúa con un giro asombroso.
 
“Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo” (Hech. 8:14-17).
 
Cuando leemos de “recibir el Espíritu Santo” vemos una referencia a “recibir una capacidad de obrar milagros”, es decir, “recibir una capacidad sobrenatural”. Esto es evidente a partir de dos consideraciones.
  • Ocurrió un tipo de manifestación que Simón pudo ver cuando los apóstoles imponían sus manos sobre los recién conversos (v.18).
  • En una situación paralela, cuando Pablo impuso sus manos, los recién bautizados recibieron el Espíritu Santo logrando así la capacidad de hablar en lenguas y profetizar (Hech. 19:5,6).
Desde este punto, podemos profundizar hacia algunos principios que suelen pasar desapercibidos por el prejuicio o el descuido.
 
En primer lugar, el “bautismo en el nombre de Jesús” no es lo mismo que “recibir el Espíritu Santo”. Las capacidades sobrenaturales que daba el Espíritu Santo en el primer siglo (1 Cor. 12:7-11) fueron otorgadas a quienes recibían la imposición de las manos de los apóstoles (cf. Hech. 8:18; 19:6; Rom. 1:11; 2 Tim. 1:6). En cambio, el bautismo en el nombre de Jesús fue ordenado a todos (cf. Mat. 28:19; Mar. 16:16; Hech. 2:38; 22:16). El bautismo en el nombre de Jesús es un mandamiento (Ef. 4:5), en cambio, recibir el Espíritu Santo fue un don sobrenatural.
 
En segundo lugar, no tenemos apóstoles vivos en la actualidad, aunque su testimonio permanece con nosotros y somos edificados sobre su fundamento (Mat. 28:20; cf. Ef. 2:20). Uno de los requisitos para ser apóstol era haber visto al Señor resucitado (Hech. 1:21-26). El último que vio al Señor fue Pablo (1 Cor. 15:8; cf. Hech. 26:15-18; 1 Tim. 2:7). Sin apóstoles que impongan sus manos no hay milagros. Los dones cesaron (1 Cor. 13:8-10). Felipe podía hacer milagros, pero no podía impartir dones sobrenaturales a otros. ¿La razón? Felipe había recibido la imposición de las manos apostólicas, lo cual resultó en su capacidad para obras milagros (Hech. 6:5,6).
 
En tercer lugar, el “bautismo en el nombre de Jesús” no es lo mismo que el “bautismo en el Espíritu Santo”. El bautismo en el Espíritu Santo fue prometido a los apóstoles para darles poder (Luc. 24:49; Hech. 1:5,8). A diferencia de esto, el bautismo en Cristo es ordenado para salvación (Mar. 16:15,16), para perdón de pecados (Hech. 2:38). El bautismo en el Espíritu Santo fue una promesa, el bautismo en el nombre de Jesús, es decir, bajo su autoridad, es un mandamiento.



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