Deshonrando el matrimonio

 


Por Josué I. Hernández

 
El autor a los hebreos escribió, “Honroso sea en todos el matrimonio” (Heb. 13:4). El matrimonio es una institución honrosa, es decir, venerable. Considere lo siguiente. La misma palabra griega que se traduce “honroso” (“timios”), es usada para describir “la sangre preciosa de Cristo” (1 Ped. 1:19).
 
El matrimonio es algo que debe atesorarse como algo muy preciado, y no debe ser deshonrado. Lamentablemente, esto último no solo es posible, ahora mismo sucede en todo el mundo. Entonces, ¿quiénes son culpables de deshonrar el matrimonio?
 
Los fornicarios
 
El autor a los hebreos identificó a los fornicarios como aquellos que deshonran el matrimonio (Heb. 13:4). La fornicación es la relación sexual antes de casarse (1 Cor. 7:1,2), la relación sexual que involucra al cónyuge de otro (Mat. 19:9), y todas las formas del sexo ilícito (1 Cor. 6:13-18; Jud. 7; Apoc. 2:20,21). La condición del fornicario es una de condenación por su mal uso del sexo; no porque el sexo sea malo.
 
El sexo en el matrimonio es una bendición. Dios diseñó el matrimonio para que los casados, es decir, un hombre y una mujer, satisfagan los deseos sexuales del otro (1 Cor. 7:2-5). Los que rehúsan entrar en el matrimonio y participan en la actividad sexual fuera de él, están deshonrando a Dios y al matrimonio que él ha creado.
 
Los infieles al pacto matrimonial
 
El adulterio es la relación sexual con el cónyuge de otro (Heb. 13:4; cf. Mat. 19:9). Es decir, la relación sexual con quien no es el cónyuge legítimo de uno. Por ejemplo, Herodías se había divorciado de Felipe, y estaba casada con Herodes, pero su relación era un “matrimonio adúltero”, porque Herodías seguía unida a Felipe su marido original (Mar. 6:17,18). Solo hay una causa para repudiar sin pecar (Mat. 19:9; Mar. 10:11,12; Rom. 7:1-3).
 
Los que repudian a su cónyuge por cualquier causa
 
Los fariseos preguntaron, “¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?” (Mat. 19:3). Jesús dijo que no, no es lícito repudiar por cualquier motivo, o causa. La única “causa” para repudiar bajo la aprobación divina es la infidelidad sexual, “por causa de fornicación” (Mat. 19:9).
 
Este permiso del Señor no es un mandamiento. Es posible el perdón (Col. 3:13). Sin embargo, los que han repudiado por cualquier causa, deben quedarse sin casar o reconciliarse (1 Cor. 7:11). Lamentablemente, nuestra sociedad ha hecho del adulterio algo tan común y aceptable, que el repudio es común y aceptable también.
 
Los que pervierten el diseño de Dios para el matrimonio
 
Dios diseñó el matrimonio como un arreglo de por vida entre un hombre y una mujer (cf. Mat. 19:4-6; Mar. 10:6-9). El matrimonio entre personas del mismo sexo, entre un hombre y varias mujeres, o entre varios hombres y una mujer, es fornicación; una corrupción de lo que Dios diseñó para el matrimonio (Rom. 1:26,27).
 
La deshonra del cuerpo (Rom. 1:24) comienza con rechazar a Dios (Rom. 1:28) y la consiguiente ingratitud (Rom. 1:20,21). Si Dios no importa, ¿qué respeto merece nuestro cuerpo y el cuerpo de nuestro prójimo?
 
Los que maltratan a su cónyuge
 
El apóstol Pablo escribió, “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella… Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia” (Ef. 5:25,28,29). El varón no puede maltratar a su esposa y quedar impune ante los ojos de Dios (cf. 1 Ped. 3:7). La esposa debe procurar el bien de su marido, “todos los días de su vida” (Prov. 31:12).
 
Una manera de maltrato puede suceder en la intimidad. Así como el marido debe cumplir su deuda conyugal, y satisfacer a su mujer, ella debe cumplir también su deuda conyugal y satisfacer a su marido (1 Cor. 7:2-5). El mal uso y abuso del sexo son formas de maltrato. No hay inocencia en negarse a pagar la deuda conyugal.
 
Así como el marido debe honrar a su mujer, pues ella es de gran precio (1 Ped. 3:7), la mujer debe reverenciar a su marido (Ef. 5:33). El menosprecio privado o público, y la misma burla, son faltas de respeto pecaminosas que han de evitarse como deslizaderos al infierno.
 
Conclusión
 
Algunas personas dedican tanto tiempo, esfuerzo y dinero a sus carreras, pasatiempos y amigos, que postergan, desprecian y deshonran el matrimonio, en franca desobediencia al mandato, “Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal” (Heb. 13:4, NVI).