“Honroso sea en todos el matrimonio”



Por Josué I. Hernández 

 
El matrimonio fue instituido por Dios en el principio (Gen. 2:18-25) como una bendición para la humanidad. Tristemente, esta unión ordenada por Dios ha sido corrompida, abusada y despreciada desde entonces. Ciertamente, vemos que nuestra generación no es mejor que las anteriores.
 
El autor a los hebreos escribió, “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Heb. 13:4). El matrimonio es una institución honrosa, es decir, venerable. La misma palabra griega que se traduce “honroso” (“timios”), es usada para describir “la sangre preciosa de Cristo” (1 Ped. 1:19). Por lo tanto, el matrimonio es algo que debe atesorarse como algo muy preciado.
 
En el presentar artículo, queremos enfocar cómo tener en alta estima el matrimonio y qué hacer para lograrlo.
 
Aceptar el diseño de Dios para el matrimonio. El Señor Jesús dejó claro que el diseño de Dios para el matrimonio involucra a un hombre y una mujer de por vida (Mat. 19:4-6), lo cual se basa en el arreglo de Dios entre Adán y Eva en el principio (Gen. 2:24). El matrimonio es de aquellas cosas por las cuales el corazón de Dios se complace, “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gen. 1:31).
 
Desear el matrimonio. El matrimonio es un regalo de Dios, “El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová” (Prov. 18:22), “La casa y las riquezas son herencia de los padres; mas de Jehová la mujer prudente” (Prov. 19:14). Por lo tanto, todo legítimo matrimonio es bueno, aun cuando algunos cónyuges no lo sean. El piadoso anhela entrar en el matrimonio para disfrutar de este regalo de Dios.
 
Prepararnos para el matrimonio. Cada cónyuge tiene sus deberes y responsabilidades, los cuales son descritos en la Biblia (ej. Col. 3:18,19). Toda persona debe informarse lo mejor posible para desarrollarse a sí misma para ser el mejor cónyuge posible, y aconsejar debidamente a otros para que lo sean. Los cónyuges frecuentemente deben estudiar, reconocer, y subordinarse, al estándar de Dios para el matrimonio (ej. Ef. 5:22-33). Leyendo podemos entender (Ef. 3:4). Los mandamientos de Dios “no son gravosos” (1 Jn. 5:3).
 
Trabajar por el matrimonio. El matrimonio requiere trabajo para mantenerse fuerte y saludable. Los maridos deben entregarse por sus esposas (Ef. 5:25), del mismo modo, las esposas deben esforzarse por el bienestar de su marido “todos los días de su vida” (Prov. 31:12). Toda distracción que elimine el bienestar del cónyuge debe ser quitada, a la vez que el esfuerzo cotidiano ha de dirigirse hacia el compañero de pacto (cf. Prov. 2:17; Mal. 2:14).
 
Proteger el matrimonio. Mientras la mayoría aprueba, y hasta celebra, el divorcio, los piadosos trabajan para proteger el matrimonio, y “quitar toda maleza del jardín”. Nuevamente, los cónyuges no deben permitir que alguna cosa, o persona, les separe (ej. familia, carrera, ocupaciones, etc.). Incluso, si el cónyuge cometiera fornicación, y el Señor autorice al cónyuge fiel e inocente a repudiar al culpable (cf. Mat. 19:9), eso no significa necesariamente que el divorcio sea la mejor opción. Muchas veces lo mejor es trabajar para salvar el matrimonio. El perdón es una opción también, “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4:32).
 
Alentar el matrimonio. En términos generales, a menos que haya alguna “necesidad que apremia” (1 Cor. 7:26) o “aflicción” amenazante (1 Cor. 7:28), toda persona debe crecer con el ánimo de casarse. Recuérdese que pocos tienen “don de continencia”, por lo tanto, “es mejor casarse que estarse quemando” (1 Cor. 7:9). Pablo alentaba el matrimonio, “Quiero, pues, que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa” (1 Tim. 5:14).
 
Conclusión
 
Cuando hacemos estas cosas demostramos que valoramos el matrimonio tal como Dios lo requiere, y, por si fuera poco, lo podemos disfrutar también. Sencillamente, Dios nos manda lo bueno, lo decente y provechoso (cf. 1 Cor. 7:35).