El libro 1 de Juan cierra con la
advertencia, “Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén” (1 Jn. 5:21).
Curiosamente, no hay siquiera una palabra en el libro que señale estatuas que
fueran adoradas, como las usadas por griegos y romanos en su servicio religioso
habitual. A diferencia de lo que encontramos en 1 Corintios, en 1 Juan no se mencionan
templos, ídolos del panteón griego y fiestas religiosas en su honor. La idolatría que Juan tenía en
mente era de un tipo diferente. Juan señaló aquel tipo de idolatría que afirma
creer en Dios pero que lo define en los propios términos de uno, aquel tipo de
idolatría que acepta algunas de las cosas que Dios revela de sí mismo y de su
voluntad, pero que rechaza otros elementos. Esta idolatría es el resultado del
razonamiento humano, el cual suplanta lo que la palabra de Dios dice. Cada vez
que eso ocurre, Dios es reducido a un ser imaginario, un mero ídolo fabricado
por la especulación y la conveniencia. Los falsos maestros del tiempo de
Juan afirmaban que conocían a Dios. Juan respondió que aquellos que
verdaderamente conocen a Dios son los que oyen a los apóstoles (1 Jn. 4:6),
guardan los mandamientos de Dios (1 Jn. 2:3-6) y aman a su prójimo (1 Jn. 4:8).
Cualquier doctrina (enseñanza) diferente es una idolatría.