“Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana.
La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Sant. 1:26,27).
Por Josué I. Hernández
Santiago enfatiza la acción. Por lo tanto, nuestra religión no
debe consistir simplemente en creer algunos hechos y datos, adherirse a una
iglesia y participar de actos formales de adoración. Dios demanda una
aplicación personal, práctica y cotidiana, de su sagrada verdad a nuestra vida (cf. Miq. 6:8; Rom. 2:17-24).
Santiago dice, sin rodeos, que una religión que no gobierna la conducta
para complacer a Dios es una religión que no vale nada (Sant. 1:26). En
contraste con lo anterior, “La religión pura y sin mácula delante de Dios el
Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y
guardarse sin mancha del mundo” (Sant. 1:27). He aquí una aplicación tanto
interna como externa, como positiva y negativa, para cada individuo.
Satanás es el dios de este mundo en un sentido muy real (2 Cor. 4:4). Sus
valores están en oposición a los valores de Dios. El desafío constante del
cristiano es vivir en un mundo impío, pero sin conformarse al mundo (cf. Rom.
12:2; 13:13,14). Recordamos que Jesucristo oró, “No ruego que los quites del
mundo, sino que los guardes del mal” (Jn. 17:15).
Santiago nos enseña que la religión pura es mucho más que abstenerse del
mal, también requiere hacer lo correcto positivamente, lo cual incluye ayudar a
los demás. Dicho de otro modo, la religión pura es una vida de servicio.
A lo largo del Antiguo Testamento, proveer para huérfanos y viudas
personificaba el amor y la preocupación de Dios, quien es “Padre de
huérfanos y defensor de viudas…” (Sal. 68:5; cf. 1 Jn. 3:17; 4:20).