Prisionero, anciano y
enfermo, el apóstol Pablo deseaba que los filipenses fuesen, “irreprensibles
y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y
perversa” (Fil. 2:15), el apóstol Pablo anhelaba de todo corazón que ellos resplandecieran
“como luminares en el mundo” (Fil. 2:15). Entendemos que este
es el plan de Dios para todos sus hijos, y queriendo resplandecer como
luminares en el mundo, y agradar al Señor de esta manera, hemos de adquirir nuestro Dios tanto la “dirección” como el “aliento” necesarios. Dirección: “ocupaos
en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12). Aliento: “porque
Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer” (Fil.
2:13). He aquí una
advertencia del apóstol Pablo, “Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Fil.
2:14).
La murmuración
La murmuración (gr. “gongusmos”)
es “un debate secreto entre algunos… desagrado o quejas, más bien en privado
que en público” (Vine). La murmuración es, por lo tanto, quejarse en voz baja. La Biblia no
economiza palabras para señalar el peligro de la murmuración, la cual fue causa
de la destrucción de Israel (1 Cor. 10:10,11) y, por lo tanto, una marca de
apostasía (Jud. 3,4,16,19). Piénselo, ¿cómo
resplandeceremos como luminares en el mundo si vivimos quejándonos por las circunstancias
familiares y sociales, el trabajo, los estudios, los quehaceres del hogar, etc? “Hay muchos que se
pasan la vida murmurando; se quejan del gobierno, de la enfermedad, de la
pobreza, y de los vecinos. Hay hermanos en Cristo que se quejan de otros
hermanos, aunque Santiago nos dice, "Hermanos, no os quejéis unos contra
otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la
puerta" (5:9). Pedro nos dice, "Hospedaos los unos a otros sin
murmuraciones" (1Ped. 4:9)” (W. Partain). La murmuración es una
indicación de insatisfacción y, por lo tanto, una indicación de ingratitud. Sin
embargo, el pueblo de Dios tiene mucho que agradecer (cf. Col. 2:6,7; 3:15,17;
4:2). He aquí la solución a la murmuración, la piedad acompañada de
contentamiento (cf. 1 Tim. 6:6-10; Fil. 4:11-13). Seguramente el gozo
del contentamiento nos ayudará a resplandecer como luminares en el mundo, en
lugar de murmurar, gruñir y rezongar.
La contienda
La disputa o
contienda (gr. “dialogismos”) “denota, primariamente, razonamiento interno, una
opinión” (Vine). Según Thayer, “contienda”
indica el pensamiento de un hombre que delibera consigo mismo, un pensamiento o
razonamiento interior ya sea de propósito o diseño, una deliberación o cuestionamiento
sobre lo que es verdad, de ahí, una vacilación o duda y, por ende, el disputar
y discutir. “Son razonamientos,
diálogos, deliberaciones, argumentaciones carnales cuya fuente son los malos
pensamientos (Mat. 15:19, la misma palabra se traduce
"pensamientos"). En Lucas 9:46 se traduce "discusión". En 1
Timoteo 2:8 está conectada con la "ira". Entonces son discusiones o
contiendas que proceden de corazones llenos de ira y bocas llenas de
murmuraciones” (W. Partain). Dios condena el
argumentar y disputar carnalmente (cf. 1 Tim. 6:3-5; 2 Tim. 2:14-16; Tito 3:9).
Esta contienda nos vuelve como animales irracionales (Gal. 5:15; cf. 2 Ped.
2:12). Los que se enredan en contiendas no son “inofensivos” (Mat. 10:16), y
frustran el plan de Dios para sus vidas. No somos iguales en
el pueblo de Dios. Llegamos al reino de los cielos con diferente pasado
cultural y, por ende, con diferentes costumbres y perspectivas. Hay diferencia
socioeconómica. Hay diferente desarrollo espiritual (cf. 1 Cor. 3:1-4; Heb.
5:12; 1 Jn. 2:13,14). Tomará tiempo para que todos desarrollemos la mente de
Cristo (Fil. 2:2). Sin embargo, podemos
“resplandecer como luminares en el mundo” si implementamos las actitudes
requeridas (cf. Ef. 4:1-3; Fil. 2:1-5; Col. 3:12,13; 2 Tim. 2:23-26), y la
abnegación necesaria (cf. 1 Cor. 8:13; Luc. 9:23; Jn. 13:34,35). Es decir, si
usamos de dominio propio para obedecer las reglas de convivencia del reino de
los cielos.
Conclusión
Demasiado daño se ha
hecho por la tendencia a rezongar y chillar, pelear y disputar carnalmente.
Matrimonios, familias y congregaciones sufren por estos pecados. Dejar las murmuraciones
y las contiendas indica que nos estamos ocupando de nuestra salvación, y a
consecuencia de ello, resplandecemos como luminares en el mundo.