Haciendo todo sin murmuraciones y contiendas

 


Por Josué I. Hernández

 
Prisionero, anciano y enfermo, el apóstol Pablo deseaba que los filipenses fuesen, “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa” (Fil. 2:15), el apóstol Pablo anhelaba de todo corazón que ellos resplandecieran “como luminares en el mundo” (Fil. 2:15).
 
Entendemos que este es el plan de Dios para todos sus hijos, y queriendo resplandecer como luminares en el mundo, y agradar al Señor de esta manera, hemos de adquirir nuestro Dios tanto la “dirección” como el “aliento” necesarios. Dirección: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12). Aliento: “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer” (Fil. 2:13).
 
He aquí una advertencia del apóstol Pablo, “Haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Fil. 2:14).
 
La murmuración
 
La murmuración (gr. “gongusmos”) es “un debate secreto entre algunos… desagrado o quejas, más bien en privado que en público” (Vine). La murmuración es, por lo tanto, quejarse en voz baja.
 
La Biblia no economiza palabras para señalar el peligro de la murmuración, la cual fue causa de la destrucción de Israel (1 Cor. 10:10,11) y, por lo tanto, una marca de apostasía (Jud. 3,4,16,19).
 
Piénselo, ¿cómo resplandeceremos como luminares en el mundo si vivimos quejándonos por las circunstancias familiares y sociales, el trabajo, los estudios, los quehaceres del hogar, etc?
 
“Hay muchos que se pasan la vida murmurando; se quejan del gobierno, de la enfermedad, de la pobreza, y de los vecinos. Hay hermanos en Cristo que se quejan de otros hermanos, aunque Santiago nos dice, "Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta" (5:9). Pedro nos dice, "Hospedaos los unos a otros sin murmuraciones" (1Ped. 4:9)” (W. Partain).
 
La murmuración es una indicación de insatisfacción y, por lo tanto, una indicación de ingratitud. Sin embargo, el pueblo de Dios tiene mucho que agradecer (cf. Col. 2:6,7; 3:15,17; 4:2). He aquí la solución a la murmuración, la piedad acompañada de contentamiento (cf. 1 Tim. 6:6-10; Fil. 4:11-13).
 
Seguramente el gozo del contentamiento nos ayudará a resplandecer como luminares en el mundo, en lugar de murmurar, gruñir y rezongar.
 
La contienda
 
La disputa o contienda (gr. “dialogismos”) “denota, primariamente, razonamiento interno, una opinión” (Vine).
 
Según Thayer, “contienda” indica el pensamiento de un hombre que delibera consigo mismo, un pensamiento o razonamiento interior ya sea de propósito o diseño, una deliberación o cuestionamiento sobre lo que es verdad, de ahí, una vacilación o duda y, por ende, el disputar y discutir.
 
“Son razonamientos, diálogos, deliberaciones, argumentaciones carnales cuya fuente son los malos pensamientos (Mat. 15:19, la misma palabra se traduce "pensamientos"). En Lucas 9:46 se traduce "discusión". En 1 Timoteo 2:8 está conectada con la "ira". Entonces son discusiones o contiendas que proceden de corazones llenos de ira y bocas llenas de murmuraciones” (W. Partain).
 
Dios condena el argumentar y disputar carnalmente (cf. 1 Tim. 6:3-5; 2 Tim. 2:14-16; Tito 3:9). Esta contienda nos vuelve como animales irracionales (Gal. 5:15; cf. 2 Ped. 2:12). Los que se enredan en contiendas no son “inofensivos” (Mat. 10:16), y frustran el plan de Dios para sus vidas.
 
No somos iguales en el pueblo de Dios. Llegamos al reino de los cielos con diferente pasado cultural y, por ende, con diferentes costumbres y perspectivas. Hay diferencia socioeconómica. Hay diferente desarrollo espiritual (cf. 1 Cor. 3:1-4; Heb. 5:12; 1 Jn. 2:13,14). Tomará tiempo para que todos desarrollemos la mente de Cristo (Fil. 2:2).
 
Sin embargo, podemos “resplandecer como luminares en el mundo” si implementamos las actitudes requeridas (cf. Ef. 4:1-3; Fil. 2:1-5; Col. 3:12,13; 2 Tim. 2:23-26), y la abnegación necesaria (cf. 1 Cor. 8:13; Luc. 9:23; Jn. 13:34,35). Es decir, si usamos de dominio propio para obedecer las reglas de convivencia del reino de los cielos.
 
Conclusión
 
Demasiado daño se ha hecho por la tendencia a rezongar y chillar, pelear y disputar carnalmente. Matrimonios, familias y congregaciones sufren por estos pecados.
 
Dejar las murmuraciones y las contiendas indica que nos estamos ocupando de nuestra salvación, y a consecuencia de ello, resplandecemos como luminares en el mundo.