Éxodo
20 registra el momento en que Dios entregó los diez mandamientos a la
nación de Israel del Antiguo Testamento. Los capítulos posteriores a Éxodo
20 contienen una variedad de ordenanzas que abordan situaciones
específicas. En esencia, estas fueron aplicaciones divinamente dirigidas basadas
en los diez mandamientos. Considere los primeros tres versículos de Éxodo
23. “No admitirás
falso rumor. No te concertarás con el impío para ser testigo falso” (Ex. 23:1). El noveno
mandamiento prohibía hablar falso testimonio contra el prójimo (Ex. 20:16). Esta
ordenanza advierte de quedar atrapado en el complot de otro. Considere lo
siguiente. Ya sea que “falso rumor” describa el objetivo de un hombre o
sus medios sin escrúpulos para lograrlo, o ambos, el punto es que no seamos necios
para apoyar semejante maldad. Por lo tanto, no tome como verdadera una
acusación sin evidencia, sin importar dónde la escuchó y por muy tentadora que sea
la información (cf. 2 Cor. 13:1). Asegúrese siempre de que lo que usted
habla sea verdad (cf. Ef. 4:25,29). “No seguirás a los
muchos para hacer mal, ni responderás en litigio inclinándote a los más para
hacer agravios” (Ex. 23:2). Es fácil seguir a la
multitud. La mayoría tiene fuerza, mucha fuerza. Si usted sigue a la
mayoría no tiene que pensar por sí mismo, no tiene que ser valiente, ni tiene
que defenderse. El gran problema con la mayoría es el camino errado que ha
elegido (cf. Luc. 13:23,24). En su
aplicación inmediata, este versículo insiste en que sopesemos objetivamente los
hechos en un caso judicial en lugar de aceptar el presunto veredicto de la mayoría. Ese
principio es capaz de una aplicación mucho más amplia. No decida lo
correcto y lo incorrecto, ya sea en pensamiento, habla, apariencia, comportamiento,
relaciones, prioridades, etc., basándose únicamente en los estándares sociales.
Los modelos sociales a menudo son “malos”, llegando a elogiar lo que Dios condena. Tampoco
tome su “teología” de las nociones populares. La palabra de Dios es verdad
(Jn. 8:31,32; 17:17), independientemente de lo que digan los hombres, incluso
los hombres prominentes, “sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Rom. 3:4). “ni al pobre
distinguirás en su causa” (Ex. 23:3). ¿Es esta una
sorpresa? Esperaríamos que la ordenanza advierta contra favorecer a los
ricos. El hecho es, sin embargo, que la imparcialidad que Dios demanda va
en ambos sentidos. Los ricos no siempre tienen razón, pero tampoco siempre
están equivocados. Es muy posible que, por prejuicio contra ellos, o por favoritismo
hacia los que tienen menos, uno se ponga del lado del pobre quien en realidad no
tenga derecho justo. El mero hecho de que alguno sea pobre no le da
derecho a lo que tienen los demás. Entendemos que no
estamos bajo la Ley de Moisés. El Señor Jesucristo, sin embargo,
ciertamente requiere honestidad de su iglesia, la misma honestidad que requirió
de Israel bajo el Antiguo Pacto. “Porque las cosas que se escribieron
antes, para nuestra enseñanza se escribieron” (Rom. 15:4). Estas aplicaciones
nos llaman a detenernos y pensar con cuidado. Pensar por nosotros mismos, en
lugar de aceptar ciegamente todo lo que escuchamos.