Es posible que todo buen
estudiante de la Biblia se haya sentido abrumado cuando abre un diccionario
bíblico y procura aprender la definición y acepciones de una determinada palabra.
Tal cosa se vuelve aún más compleja cuando una palabra del Antiguo Testamento
(hebreo) se usa en el Nuevo Testamento (griego). Fácilmente alguno podría
sentirse desorientado, e incluso, confundido, y luego, desanimado. Un ejemplo de lo anterior sucede cuando contemplamos los
sustantivos “cuerpo”, “alma” y “espíritu”, y nos internamos meticulosamente
a los detalles técnicos de la definición y acepciones. Hay un ejercicio muy sencillo que
este estudiante de la Biblia suele utilizar cuando alguna definición y
aplicación parece escabullirse. Este sencillo ejercicio consiste en buscar la misma
palabra en otros pasajes y observar el uso que se hace de ella. Debido a que el Nuevo Testamento
interpreta al Antiguo Testamento, debemos prestar atención a las más claras
enseñanzas de Cristo, y luego, a la doctrina de sus apóstoles. Veremos que
muchas veces nuestro Señor, y luego, siguiendo su ejemplo, sus apóstoles, citarán
el Antiguo Testamento, explicarán la referencia y dejarán en evidencia la
aplicación que debemos asumir. Según las Escrituras, el alma humana es el
resultado de la residencia, o habitación, del espíritu en
el cuerpo. Por lo tanto, cuando
el cuerpo y el espíritu llegan a quedar separados, se ha
producido la muerte física (Sant. 2:26). A su vez, cuando
el espíritu habita el cuerpo, el hombre es un
“alma viviente”, es decir, una persona con espíritu (Gen. 2:7). De ahí
que Daniel dijo “Se me turbó el espíritu a mí, Daniel, en
medio de mi cuerpo” (Dan. 7:15), mientras Pedro afirma
que el “alma” es la “persona” con espíritu en su cuerpo, es
decir, el ser humano total (“personas”, Gr. “psuque” = “almas”, 1 Ped. 3:20;
“almas” 2 Ped. 2:14). El sustantivo castellano “alma” proviene del latín
“ánima”, y es la traducción del hebreo “nephesh” y del
griego “psuche”. Significando: 1) Todo el hombre, la persona
con espíritu (“personas” Hech. 2:41). 2) La vida natural, la
vida de la carne (Mat. 2:20; Luc. 12:22). 3) El espíritu inmortal
del hombre (Mat. 10:28; Luc. 12:19,20, Apoc. 6:9). Hay otras
acepciones y varios pasajes a considerar para este ejercicio de distinción,
pero las anteriores bien ilustran el punto. Muchas veces, “alma” y “espíritu” se usan intercambiablemente
en las Escrituras y no siempre se hace distinción. Por ejemplo, en
Mateo 10:28, Cristo habló del hombre como uno que tiene “alma” y en
Mateo 26:41 le mencionó como uno que tiene “espíritu”. Así pues, clamó
Esteban “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hech. 7:59),
mientras en el Hades clamaban conscientes “las almas de los
que habían sido muertos por causa de la
palabra de Dios y por el testimonio que tenían” (Apoc.
6:9). Dios es llamado “Padre de los espíritus” (Heb.
12:9) pues él forma “el espíritu del hombre
dentro de él” (Zac. 12:1). El apóstol Pablo habló del “hombre
interior” y del “hombre exterior” (2 Cor. 4:16),
del cuerpo humano como de una tienda (“tabernáculo”) en
comparación al cuerpo glorificado como “una casa” o “un
edificio” (2 Cor. 5:1). Así también, Pablo habló de la muerte
como una “partida” del cuerpo, una salida (Fil. 1:23). Lo mismo
hizo el apóstol Pedro, y nótese que la referida “partida”
proviene de la palabra griega “éxodo”, una salida
del espíritu del cuerpo físico (2 Ped. 1:13-15). Éxodo es
la misma palabra griega para designar la
salida de Israel de Egipto (Ex. 19:1). Cuando se produce la muerte, el cadáver no es la persona,
sino sus restos mortales. Por este motivo, frente
al cuerpo de Dorcas depositado en la sala (Hech. 9:37), las
viudas hablaban de ella como una ausente, pues la
persona de Dorcas había salido del cuerpo, “Levantándose
entonces Pedro, fue con ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala,
donde le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los
vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas” (Hech. 9:39).
Dorcas ya no estaba ahí, pero regresó a su cuerpo cuando resucitó por el
poder de Dios (Hech. 9:40-41). Por último, y para pensar, ¿puede
el alma morir? Algunos estudiantes de la Biblia dirán que
no, que el alma jamás muere. En cambio, los materialistas, sin dudar,
afirmarán que sí. Los tales han abrazado la doctrina de la inmortalidad condicional,
y entienden alma de una manera diferente, o más bien, restringida, respecto a
su uso bíblico. La Biblia dice que el alma puede morir mientras
continúa existiendo (Ez. 18:20), así como también puede vivir eternamente por
la obra y el poder de Cristo (Mat. 10:28; Jn. 11:25-26). Si
alguno se desconcierta con esto, entonces debe revisar el concepto
bíblico de lo que la Biblia llama “muerte”, la cual no es una
aniquilación, sino separación. La muerte no es una aniquilación de la
existencia.