Espíritu, alma y cuerpo

 


Por Josué I. Hernández

 
Es posible que todo buen estudiante de la Biblia se haya sentido abrumado cuando abre un diccionario bíblico y procura aprender la definición y acepciones de una determinada palabra. Tal cosa se vuelve aún más compleja cuando una palabra del Antiguo Testamento (hebreo) se usa en el Nuevo Testamento (griego). Fácilmente alguno podría sentirse desorientado, e incluso, confundido, y luego, desanimado.
 
Un ejemplo de lo anterior sucede cuando contemplamos los sustantivos “cuerpo”, “alma” y “espíritu”, y nos internamos meticulosamente a los detalles técnicos de la definición y acepciones. 
 
Hay un ejercicio muy sencillo que este estudiante de la Biblia suele utilizar cuando alguna definición y aplicación parece escabullirse. Este sencillo ejercicio consiste en buscar la misma palabra en otros pasajes y observar el uso que se hace de ella.
 
Debido a que el Nuevo Testamento interpreta al Antiguo Testamento, debemos prestar atención a las más claras enseñanzas de Cristo, y luego, a la doctrina de sus apóstoles. Veremos que muchas veces nuestro Señor, y luego, siguiendo su ejemplo, sus apóstoles, citarán el Antiguo Testamento, explicarán la referencia y dejarán en evidencia la aplicación que debemos asumir.
 
Según las Escrituras, el alma humana es el resultado de la residencia, o habitación, del espíritu en el cuerpo.  Por lo tanto, cuando el cuerpo y el espíritu llegan a quedar separados, se ha producido la muerte física (Sant. 2:26). A su vez, cuando el espíritu habita el cuerpo, el hombre es un “alma viviente”, es decir, una persona con espíritu (Gen. 2:7).  De ahí que Daniel dijo “Se me turbó el espíritu a mí, Daniel, en medio de mi cuerpo” (Dan. 7:15), mientras Pedro afirma que el “alma” es la “persona” con espíritu en su cuerpo, es decir, el ser humano total (“personas”, Gr. “psuque” = “almas”, 1 Ped. 3:20; “almas” 2 Ped. 2:14).
 
El sustantivo castellano “alma” proviene del latín “ánima”, y es la traducción del hebreo “nephesh” y del griego “psuche”. Significando: 1) Todo el hombre, la persona con espíritu (“personas” Hech. 2:41).  2) La vida natural, la vida de la carne (Mat. 2:20; Luc. 12:22).  3) El espíritu inmortal del hombre (Mat. 10:28; Luc. 12:19,20, Apoc. 6:9). Hay otras acepciones y varios pasajes a considerar para este ejercicio de distinción, pero las anteriores bien ilustran el punto. 
 
Muchas veces, “alma” y “espíritu” se usan intercambiablemente en las Escrituras y no siempre se hace distinción. Por ejemplo, en Mateo 10:28, Cristo habló del hombre como uno que tiene “alma” y en Mateo 26:41 le mencionó como uno que tiene “espíritu”. Así pues, clamó Esteban “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hech. 7:59), mientras en el Hades clamaban conscientes “las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían” (Apoc. 6:9). Dios es llamado “Padre de los espíritus” (Heb. 12:9) pues él forma “el espíritu del hombre dentro de él” (Zac. 12:1). 
 
El apóstol Pablo habló del “hombre interior” y del “hombre exterior” (2 Cor. 4:16), del cuerpo humano como de una tienda (“tabernáculo”) en comparación al cuerpo glorificado como “una casa” o “un edificio” (2 Cor. 5:1). Así también, Pablo habló de la muerte como una “partida” del cuerpo, una salida (Fil. 1:23). Lo mismo hizo el apóstol Pedro, y nótese que la referida “partida” proviene de la palabra griega “éxodo”, una salida del espíritu del cuerpo físico (2 Ped. 1:13-15). Éxodo es la misma palabra griega para designar la salida de Israel de Egipto (Ex. 19:1). 
 
Cuando se produce la muerte, el cadáver no es la persona, sino sus restos mortales. Por este motivo, frente al cuerpo de Dorcas depositado en la sala (Hech. 9:37), las viudas hablaban de ella como una ausente, pues la persona de Dorcas había salido del cuerpo, “Levantándose entonces Pedro, fue con ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas” (Hech. 9:39).  Dorcas ya no estaba ahí, pero regresó a su cuerpo cuando resucitó por el poder de Dios (Hech. 9:40-41). 
 
Por último, y para pensar, ¿puede el alma morir? Algunos estudiantes de la Biblia dirán que no, que el alma jamás muere. En cambio, los materialistas, sin dudar, afirmarán que sí. Los tales han abrazado la doctrina de la inmortalidad condicional, y entienden alma de una manera diferente, o más bien, restringida, respecto a su uso bíblico. La Biblia dice que el alma puede morir mientras continúa existiendo (Ez. 18:20), así como también puede vivir eternamente por la obra y el poder de Cristo (Mat. 10:28; Jn. 11:25-26). Si alguno se desconcierta con esto, entonces debe revisar el concepto bíblico de lo que la Biblia llama “muerte”, la cual no es una aniquilación, sino separación. La muerte no es una aniquilación de la existencia.