Cinco antecedentes acerca de los demonios



Por Josué I. Hernández

 
Los demonios no son agnósticos, ni ateos, ni politeístas. Están convencidos de la existencia de Dios (Sant. 2:19). Su fe, sin embargo, no está ligada a las obras de obediencia, es decir, las acciones que completan o realizan la fe. Por lo tanto, la fe de los demonios es una fe muerta (Sant. 2:14-16).
 
Los demonios no son modernistas religiosos. En otras palabras, los demonios no niegan la deidad de Jesucristo, su nacimiento virginal, los milagros, etc. Los demonios son reconocidos por confesar a Jesús como el Hijo de Dios (Mar. 1:24; 3:11). Nunca los demonios dijeron que Jesús era hijo de José, o hijo de algún ser humano. Ellos eran conscientes de la naturaleza divina de Jesús (cf. Mat. 1:20; Luc. 1:35).
 
Los demonios respetan la autoridad de Jesucristo. En una ocasión le rogaron que no los mandara al abismo (Luc. 8:31), y pidieron su permiso para ir a un hato de cerdos (Luc. 8:32; cf. Mar. 5:12,13).
 
Los demonios admiten su responsabilidad. Es decir, reconocen su culpa, no pretenden justificarse, o racionalizar su pecado. Saben que serán atormentados, y entienden que darán cuenta de sus hechos (Mat. 8:29; cf. Fil. 2:10,11).
 
Los demonios no niegan la existencia del infierno como lo hacen algunos religiosos que niegan la existencia de un castigo eterno, un castigo consciente de duración perpetua (cf. 2 Tes. 1:9). Los demonios saben que les espera un castigo eterno, y tiemblan (cf. Mat. 8:29; 2 Ped. 2:4; Sant. 2:19).
 

Es un hecho aleccionador que tantos en nuestro derredor no crean el testimonio que Dios ha proporcionado en su palabra, la Biblia, en contraste con los demonios que comprenden y creen, e incluso, tiemblan.