El islam es referido muchas veces
como una religión de paz, y esto a pesar de la violencia que durante siglos ha
derramado sobre los considerados “infieles”. Pero, dicha violencia no solo ha sido
expresada contra Occidente, entre ellos mismos la violencia viene ocurriendo
desde el siglo VII, por ejemplo, entre suníes y chiíes. Simplemente, la
historia del islam es una historia de violencia. En contraste con lo anterior,
Jesucristo nunca autorizó a sus seguidores el uso de la violencia para avanzar
con la predicación, es más, Jesús prohibió la violencia para la extensión de su
evangelio. En cierta oportunidad, algunos discípulos querían que descendiera
fuego para destruir una aldea de samaritanos, pero Jesús los reprendió
diciendo, “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del
Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas”
(Luc. 9:55,56). Fácilmente recordamos que Jesús
dijo a Pilato, “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este
mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos;
pero mi reino no es de aquí” (Jn. 18:36). El contraste entre Jesús y Mahoma
es tan inmenso cuando aprendemos cómo Mahoma convenció a sus seguidores con promesas
de placeres carnales y los armó para librar una guerra con la intención de
ganar conversos mediante la fuerza de la espada. El éxito del evangelio de Cristo,
y el éxito del islam son tan opuestos y disímiles que afirmar lo contrario
indicaría, por lo menos, ignorancia. Piénselo, donde uno fue exitoso por un
mensaje espiritual, el otro fue exitoso por la carne. Simplemente no hay
comparación. Un reino terrenal fundamentado y sostenido por la fuerza no es equiparable
a un reino espiritual fundamentado sobre el amor. Al mismo tiempo que el Corán
afirma que Dios no ama a los pecadores, la Biblia dice, “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).