Sin duda alguna, el estudio bíblico sobre los demonios es fascinante y,
sobre todo, desafiante, y es un tema controvertido, sobre el cual se viene
discutiendo por siglos, y sobre el cual se ha escrito y predicado extensamente.
Algunos creen que están poseídos por demonios, mientras que otros creen que tienen
el poder para realizar exorcismos. Algunos afirman haberse encontrado con una
entidad malévola, ya sea La llorona o La Siguanaba, o algún otro ser mítico.
Sencillamente, hay mucho engaño y confusión. Hay dos cosas que debemos reconocer. En primer lugar, no somos testigos de
los fenómenos que involucraron la acción de los demonios durante el ministerio
público de Cristo, y luego, durante el ministerio de sus apóstoles. En segundo
lugar, la revelación al respecto es acotada, y no extensiva ni sistemática. Por
lo tanto, debemos movernos dentro de las márgenes delimitadas por Dios. Hay cosas que Dios no ha
querido que sepamos, porque “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro
Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre…”
(Deut. 29:29). Somos instruidos a respetar el silencio bíblico (1 Cor. 4:6) y
hablar “conforme a las palabras de Dios” (1 Ped. 4:11). En consecuencia,
nuestras convicciones deben permanecer en armonía con lo revelado sin traspasar
lo escrito (cf. 2 Jn. 9-11). Mientras que muchas producciones cinematográficas han extraviado por un
sendero de confusión y engaño a no pocas almas desventuradas, tenemos en las
sagradas Escrituras la información inspirada que presenta la realidad acerca de
los demonios, debido a lo cual, toda creencia o afirmación ha de ser
cuestionada en base a esto último. Quedarán preguntas sin respuesta, pero la información revelada es
suficiente para la fe en Cristo. En otras palabras, Dios ha revelado lo
suficiente para que entendamos lo más importante, porque la mención de los
demonios es una cosa incidental. El enfoque de nuestra atención ha de ser
Cristo y su palabra, “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro
nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech.
4:12).