Por Josué I. Hernández
Cuando el apóstol Pablo acusó al mundo gentil de carecer de “afecto natural”, no profería un juicio emocional sin fundamento (Rom. 1:31). Eran personas sin “amor de parentesco” (Vine), con un total menosprecio de los vínculos naturales y de las obligaciones que les corresponden.
El mundo antiguo consideraba que la vida humana (en el vientre o fuera de él) tenía poco valor aparte del estatus económico y social de la persona, y fue dentro de este contexto cultural en el cual el Espíritu Santo reveló el valor universal de la vida humana, un principio que ha influido en la ley de la cultura occidental durante siglos.