No son pocos los que afirman que “los hombres no tienen mucho que decir
sobre el aborto provocado porque ellos no son mujeres, y la mujer tiene el
derecho de controlar su cuerpo”. Esto es una falacia. El asunto no es de
género, sino de vida o muerte. Jesús era varón, y enseñaba “no matarás” (Mar.
10:17-21). Ciertamente, tanto hombres como mujeres deben ejercer control sobre su
propio cuerpo (Rom. 6:12,13; 1 Cor. 6:20); sin embargo, cuando ocurre la concepción, independientemente de
las circunstancias, ya no estamos hablando solamente del cuerpo de una mujer,
sino también de una vida inocente en el vientre de su madre. Isaías escribió, “Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas
de mi madre tuvo mi nombre en memoria” (Is. 49:1). En el cuerpo de su
madre, el bebé es una persona distinta a ella. La ciencia moderna nos ha
permitido ver y comprender los comienzos del desarrollo humano en toda su
belleza y complejidad. Se han realizado cirugías en los cuerpos de niños en el
útero de sus madres, y bebés tan pequeñitos como de 21 semanas han sobrevivido
al parto prematuro. Atrás quedaron los días en los que se imaginaba que las
mujeres eran simplemente receptáculos para el desarrollo de la semilla de un
hombre. Independientemente de las circunstancias que ocasionen la concepción,
cuando ésta ocurre, la semilla del hombre y el óvulo de la mujer combinan
material genético que se forma en una persona distinta a la madre. Es indudable
que esta vida depende del cuerpo de su madre, pero la dependencia de la madre
no significa que carezca de estatus de persona, así como la dependencia de un
paciente en coma no lo hace perder su estatus de persona. Aunque invisible y totalmente dependiente de los demás, la vida de los no
nacidos es un asunto que concierne a todos.